viernes, 15 de enero de 2010

PREPARATIVOS PARA LA GUERRA


Los suministros son esenciales para la dirección adecuada de un conflicto y su resolución. Sin suministros no hay nada que sustente al ejército aparte de unas manos vacías y las bayas. El exceso de suministros presenta problemas de distinta naturaleza. Aunque pueda parecer que es mejor tener un exceso de suministros, consideremos el estorbo que ello supone al aproximarse el enemigo o al retirarnos. El racionamiento apropiado de los suministros afecta a la comida, las municiones y el dinero. Todos tienen la misma importancia. La comida es esencial en las marchas: más que las armas. En el combate las armas son más importantes que la comida. El dinero es más importante durante los momentos de descanso. Los suministros deben racionarse adecuadamente. Sin comida el ejército no puede mantener su energía. Sobrealimentar a las tropas las hará perezosas e interferirá con su deseo de vencer, al igual que una comida demasiado escasa las pondrá nerviosas e inquietas. Debe haber un suministro suficiente de flechas y lanzas para sustituir a las perdidas en la batalla y en la marcha. Los recambios deben estar disponibles cuando se necesiten. Debe pagarse dinero cuando las tropas están en reposo. Algunos hombres pueden desear comprar regalos para sus seres queridos. Algunos preferirán


jugarse el dinero. Otros desearán comprar libros, baratijas o dulces. El jefe militar no debe preocuparse de en qué se gasta el dinero un soldado, mientras ello no interfiera con el mando. Toda la comida, las armas y el dinero deben estar protegidos antes de dar la orden a nuestras tropas de dirigirse a la batalla. Sólo entonces podemos desplegar adecuadamente a nuestros hombres. Debe haber suficientes reservas de dinero para hacer frente a cualquier sorpresa que pueda agotar nuestros suministros y forzarnos a cambiar nuestros planes en momentos desfavorables.

El jefe militar inteligente entiende que la entrada en conflicto carece de sentido sin una actitud de victoria completa y total. No hay razón para contemplar nada más. Los tigres de papel se queman en su primer contacto con una llama y dejan de existir. Si la victoria no es su principal objetivo, entonces ¿qué es lo que hay que conseguir? Si los lanes no incluyen la destrucción del enemigo, las tropas del jefe militar lo percibirán y su moral desfallecerá. Su entusiasmo por la batalla se verá desalentado por la falta de liderazgo, y desafiarán la cadena de mando. Los estados vecinos verán también que carece de valor para ello y se divertirán tendiéndole trampas que normalmente no osarían intentar. Tratarán de humillarlo y verlo desfallecer. No puede permitirse dejar que aparezcan estas condiciones. Cuando la movilidad de las tropas es difícil y el enemigo está más familiarizado con el territorio, la ventaja en la batallase inclinará del lado del enemigo. Los ataques deben lanzarse con una rapidez aplastante y hay que pensar en profundidad unos planes adecuados. En caso contrario, el enemigo detectará la intención, lo cual le dará tiempo a preparar sus defensas. La falta de velocidad puede ser la causa de no haber elegido correctamente el campo de batalla. Un jefe militar conocedor de su oficio sabe que un buen terreno es esencial para la movilidad de sus tropas. Hay que estudiar a fondo el lugar de la lucha antes de poder atacar con autoridad. De este modo se asegurará la victoria, a pesar de lo impredecible del destino. Entender de verdad los principios de la guerra quiere decir no necesitar refuerzos para lanzar el ataque inicial. Si el ataque ha sido planeado apropiadamente y los hombres han sido adecuadamente adiestrados emocional, mental y espiritualmente, el jefe militar habrá con ello investigado todas las posibilidades. Los errores de juicio no son demasiado raros, y al atacar debe emplearse una fuerza adecuada. Esto junto con la velocidad del ataque constituye la totalidad de la acción. Si determinamos que quinientos soldados pueden hacer el trabajo, debemos procurar tener mil. Deben viajar todos juntos y entender la necesidad de completar la maniobra en una sola embestida. Deben tener el valor de destruir al enemigo. Todas
la provisiones y suministros han de transportarse con las tropas mientras se preparan para entrar en la batalla. Es una mala política tener que pedir suministros estando ocupado con maniobras tácticas. Peor todavía es descubrir que los suministros solicitados no están disponibles. Ésta es una mala planificación y su consecuencia es el fracaso, a menos que el Cielo esté decidido a que la victoria sea nuestra aquel día. Debe tenerse en cuenta, asimismo, que cuando un ejército está en el campo, los suministros son muy caros si tienen que obtenerse localmente. Los campesinos y los usureros cobrarán todo lo que puedan; ésta es la naturaleza de los campesinos y de los usureros. Un jefe militar instruido sabe que a los campesinos no les importa realmente quién está al mando del gobierno; o lo que es lo mismo, quién gane el conflicto. Sólo les interesa alimentar y cuidar a sus familias. Es sensato tenerlos a nuestro favor y debemos mantener su buena disposición dándoles algo extra. Si llegan a la conclusión de que tenemos un espíritu o una voluntad débiles, se aprovecharán indebidamente y ayudarán a la gente a la que estamos atacando, tanto si están de acuerdo con ellos como si no. Si somos buenos con ellos, se ocuparán de sus propios asuntos. Esto no significa que debamos confiar en ellos en cualquier circunstancia. No obstante, cuando los subyugamos no debemos confiar en ellos: ellos nos temerán. Al tomar lo que precise de los campesinos y los comerciantes locales para reabastecer a sus tropas, el jefe militar no comercia estando en medio de la batalla. Procura dejar algo para la gente del lugar, sabiendo que siempre existe la posibilidad de encontrárselos en un momento de retirada. Sin embargo, si la gente le niega su ayuda, debe destruirla. Los campesinos pueden ser reemplazados: las tropas no son tan fáciles de encontrar. Aunque podamos tener unos suministros adecuados en la retaguardia, es preciso consumir algo de estos mismos suministros para llevar el resto a las tropas que se hallan en el campo. Hay que tener cuidado en no humillar a las tropas enemigas más de lo necesario para conseguir una rápida victoria. Cuanta más humillación inflijamos al enemigo, más deseos de venganza albergará, y más intensas serán sus acciones. Si intentamos subyugar al enemigo, hagámoslo dentro de los límites de una inteligente planificación para el futuro. Sea cual sea la manera en que operemos, habrá complicaciones. Debemos entender esto antes de tomar la decisión final de invadir un país. Si no le vemos ninguna utilidad al enemigo, entonces deberemos destruir totalmente cualquier rastro de su cultura. No obstante, en general no resulta acertado, ya que siempre hay algo de valor que puede obtenerse de otras culturas. El cambio siempre produce cambios, aunque esto no siempre es bueno.


Recompensemos a los guerreros que nos hayan servido distinguidamente hasta el máximo que nuestros recursos lo permitan. No economicemos en las recompensas que les ofrezcamos, procurando hacerlo a la vista del resto de las tropas. No debe recompensarse a los que hayan hecho el trabajo con poco entusiasmo. Hay que imponer un castigo con rapidez a los que hayan creado dificultades en nuestro camino hacia la victoria. Hagámoslo también a la vista de las tropas. Respecto a los guerreros del enemigo que no hayan caído frente a nosotros: tratémosles con respeto, especialmente si han luchado con todo su corazón. Se les puede convertir en aliados y nos servirán con gran celo si aprenden a respetarnos. No importa que hayan caído. Quizás sus líderes no eran tan buenos como creían que eran y no habían planeado adecuadamente. Quizás sus líderes les exigían demasiado. Las razones son innumerables y nada podemos hacer para comprender mejor la victoria en la guerra ponderando las razones del fracaso del otro. Debemos analizar cuidadosamente las acciones que nos han dado la victoria y, de este modo, determinar cuál era el punto débil del enemigo.

Siempre de este modo tan inteligente y con compasión, llevemos a los guerreros enemigos a nuestro redil. Pero no los pongamos demasiado juntos; podrían levantarse contra nosotros al darse cuenta de lo que ha ocurrido. Por este motivo es conveniente recompensar a los guerreros del enemigo que han ofrecido una gran batalla. Los guerreros son guerreros y no se preocupan más que de la guerra. No se les debe humillar en su derrota. No ridiculicemos a sus antiguos señores más de lo necesario para asegurarnos el control en beneficio de todos.

Si se hace la guerra, debe ser en beneficio de todos, incluida también la gente del país derrotado. Si esta actitud no la comprendemos y no es la que prevalece, quizás seamos unos bárbaros. De ser así, acabaremos cayendo. No vayamos a pensar que por haber ganado en combate somos invencibles. La fuerza de nuestra victoria depende también de la debilidad de nuestro enemigo, que tenemos que haber determinado. Una vez obtenida la victoria, hay que prepararse para gobernar al conquistado. La gente nos obedecerá una vez tengamos su confianza y si cree que hemos hecho por ellos lo mismo que hemos hecho por nuestro propio pueblo.

FUENTE: EL ARTE DE LA GUERRA. STEPHEN F. KAUFMAN,

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