domingo, 17 de enero de 2010

COMO PENSAR EN LA GUERRA


En los tiempos antiguos los guerreros se hacían imbatibles practicando constantemente. Sabiendo que nunca podrían llegar a ser invencibles, sus esfuerzos, no obstante, les permitían ver la vulnerabilidad de sus presuntas víctimas. No pensaban en términos de batir al enemigo superándolo con acciones jactanciosas, sino que procuraban mejorar sus técnicas utilizando al enemigo, hecho que consideraban equivalente al combate físico. Eran conscientes también de sus propias limitaciones. Practicaban constantemente, sabiendo que no había otro modo de hacer vulnerable al enemigo. El enemigo también tenía que hacerlo. El que un jefe militar supiera cómo vencer no quería decir que lo hiciese, pero sabía que el enemigo tenía las mismas actitudes y que buscaba conseguir los mismos resultados. Aun así, continuaba practicando hasta llegar a ser lo que verdaderamente pretendía y, así, aprendía que si la invencibilidad existe, radica en la actitud del ataque-ofensivo o defensivo.


Para desplegar una defensa eficaz, la actitud debe ser la de un ataque a fondo. Depender estrictamente de la defensa significa que en nuestro ánimo no hay una determinación suficientemente fuerte. Para obtener la victoria debemos tener confianza en nosotros mismos y atacar con todo nuestro corazón. Los jefes militares que dominan plenamente el arte de la defensa atacan desde lugares ocultos asegurando su propio triunfo. Saben cuándo, dónde y cómo lanzar un ataque defendiendo al mismo tiempo sus posiciones. Estos hombres de gran perspicacia se valen de obstáculos que han preparado para el enemigo. Puesto que comprenden la mentalidad del ataque, no permiten que el enemigo sepa nunca la procedencia de éste. Atacan como el rayo y son implacables en su determinación hasta batir al enemigo o ser expulsados del país. No hacen prisioneros ni esperan ser perdonados. Los jefes militares no consideran la guerra como una extensión de la etiqueta cortesana. Los hombres valerosos ven la victoria donde la mayoría de los demás no ven nada. Ven la victoria en la creación de dificultades al enemigo. Prevén la victoria cuando el enemigo no puede superar su propia incapacidad. Ésta es la única justificación para la existencia de un jefe militar. Si el jefe militar tiene visiones distintas de ésta, entonces lidera únicamente en virtud de su título y no consigue nada. Es importante liderar para la gente y no para uno mismo. El pueblo nos alabará cuando comprenda la grandeza de nuestras acciones.


El jefe militar crea situaciones en las que sus tropas pueden perecer si fracasan. No deja que lo sepan y procura tener presente los intereses de sus hombres en su corazón. Está siempre en el lugar al que envía a sus hombres. Ignora las protestas de sus generales y mantiene sus convicciones y autoridad. Las tropas pueden estar asustadas, pero le siguen si notan que les quiere. Si entendemos cuáles son las necesidades de los guerreros y obramos en consecuencia, triunfaremos; si no lo entendemos, fracasaremos. En actos de desesperación, las tropas lucharán como poseídas y no verán más alternativa que triunfar o perecer.

Los jefes militares antiguos siempre batían al enemigo cuando era fácil hacerlo porque habían efectuado planes apropiados y preveían la victoria. No eran reconocidos como maestros de la guerra durante el conflicto. Sabían abstenerse de luchar cuando resultaba difícil, puesto que hubiera constituido una locura y el coste hubiera sido muy grande en términos de hombres y recursos, aun en el caso de ganar la batalla. Habrían perdido el respeto y la confianza de sus hombres. Siempre es preferible dejar que el enemigo inflija su propia derrota con poco esfuerzo por nuestra parte. Hay que alentarlo a destruirse a sí mismo. En este propósito hay que ser muy sutil a fin de cosechar los beneficios del exceso de confianza del enemigo. Aseguremos su ineptitud entendiendo la mentalidad del ataque inicial. El jefe militar heroico sabe cuándo y cómo situar a sus tropas para obtener un efecto máximo con un mínimo esfuerzo. Seamos jefes militares clarividentes. Las personas diestras en los artes de la guerra dejan que el Espíritu de los Cielos fluya dentro y fuera de ellos. No intentan forzar al Cielo a pensar en su favor sino que buscan hacer aquello que creen y aceptan como la acción correcta del Cielo. El jefe militar grande y prudente no actúa nunca en contra de los decretos celestiales. El Cielo se manifiesta en el hombre de sabiduría. Cuando la semilla de un empeño se planta con autoridad y convicción, el Cielo le instruirá en el comportamiento adecuado para obtener lo que desea.

El Cielo no se mueve cuando el hombre de sabiduría quiere que se mueva; debe reflexionar en sus actitudes y posiciones en la vida para ver si es posible conseguir alguna acción y propósito mediante una mayor reflexión. Si no puede pensar en otro plan de acción y cree verdaderamente que su causa es justa, el Cielo, por su propia naturaleza, verá su verdad y se precipitará para convertir su sueño en realidad. No tiene otra elección más que cooperar con un hombre de verdadera fe. Siempre tiene presentes los requisitos para el éxito en cualquier empresa. Esta actitud permite a los Cielos ver más claramente qué es lo que de verdad desea el jefe militar. Habrá mostrado el apropiado respeto a los Cielos al reconocer las virtudes de un noble. Es consciente de las distancias que hay que viajar en la tierra y en el Cielo si se quiere alcanzar la victoria. Sabe cuán
lejos ha de viajar y sabe hasta dónde deben llevar sus tropas sus deseos. Los ama abiertamente y se ocupa de sus necesidades.


Conoce el valor de los suministros que hay que llevar a la batalla y los que deben dejarse detrás como reserva en caso de que el Cielo le retire su favor. Sus cálculos de fuerza en hombres los estima considerando los puntos fuertes y débiles de la capacidad de cada guerrero. El jefe militar sabe cuándo cada hombre se halla en la posición adecuada y qué armas puede usar. No convierte a los cocineros en arqueros. Considera los costes de la batalla a todos los niveles. Examina las posibilidades de derrota así como las de victoria. No se expone ni expone a sus hombres a peligros innecesarios bajo ninguna circunstancia. No debe confundirse lo anterior con la colocación de las tropas en posiciones de peligro donde deberán luchar bien o morir. Cuando se entienden estas virtudes, su excelencia le hará emerger victorioso del conflicto. Sus ejércitos se deleitarán en la gloria y le verán como un gran líder. Aceptará su homenaje, pero no bailará como le apetezca. Gracias a su comprensión de estas cosas, verá a sus hombres luchar con furia, júbilo y esperanzas de victoria. Como resultado de esta mentalidad, el jefe militar será respetado por sus enemigos. Estudiemos este significativo aspecto de la mentalidad del jefe militar: contiene el genio de la realización.

FUENTE: EL ARTE DE LA GUERRA. STEPHEN F. KAUFMAN.

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