Es importante que el jefe militar gestione la totalidad de sus recursos, manteniendo un control personal sobre ellos. Puede delegar autoridad en ciertos aspectos, pero sigue siendo ante todo responsable de su propio bienestar. Tanto da que haya muchos o pocos asuntos que controlar. Él dirige y controla su propio destino. Todo se controla con facilidad o dificultad según sus deseos, y esto vendrá determinado por su comprensión de la organización del Cielo.
La gestión de los recursos se efectúa asignando las tareas correctas a su estado mayor, con la certeza de que los encargados serán capaces de cumplir sus deseos. A esto se le llama delegar con inteligencia y autoridad, y sólo puede salir bien si el jefe militar conoce la capacidad de sus hombres.
Deberá conocer las limitaciones de sus hombres. Un jefe militar dirigirá a sus ayudantes en cada uno de los aspectos de su administración. No se preocupará de los hombres a los que sus ayudantes dirigen. Si el señor de la guerra depende de cinco generales para la realización de las tareas que ordena, y esos generales tienen diez capitanes que responden ante ellos, entonces tenemos que los muchos son controlados por uno a través de los pocos. El jefe militar supremo lo sabe y lo usa en su provecho. Los jefes del señor de la guerra pueden controlarlo todo, dejándolo en libertad para ocuparse de la continuación del desarrollo del imperio, pero sólo si han sido elegidos con cuidado pensando en el objetivo global de la empresa. Es esencial mantener esta estructura –la cadena de mando–, puesto que sin ella nada funcionará armoniosamente. Cuando todo está en armonía, el ejército puede resistir los ataques naturales y los que parecen sobrenaturales. Esta capacidad se mantiene mediante una administración correcta y una apropiada dirección de los hombres. Cuando funciona ordenadamente, un ejército puede hacer creer al enemigo que los ataques no son lo que parecen ser.
Este efecto se ve reforzado todavía más si se ha dedicado a la organización un apropiado adiestramiento y práctica. Todas las cosas que existen tienen una multitud de variaciones, algunas sutiles y otras no tan sutiles. Con un número limitado de tonos de la escala musical, y con los colores rojo, azul, y verde de la paleta del pintor, las combinaciones de melodías y colores se
hacen infinitas. Estos principios son los mismos cuando el jefe militar administra su corte o aplica métodos para derrotar al enemigo.
Las posibilidades bajo el Cielo son infinitas. Por esta razón cada movimiento debe ser cuidadosamente medido y considerado. En la batalla, como en cualquier otra parte, las combinaciones de las fuerzas naturales y supernaturales son infinitas y no pueden entenderse con facilidad. Los métodos que deben usarse son tan insondables como las ideas que gobiernan la existencia, y cuando se aplican con toda la fuerza y autoridad no se pueden detener. Cuando el jefe militar es diestro en el arte de la guerra, sus ataques son concienzudos y es implacable hasta alcanzar el objetivo. El Cielo ve un propósito en sus deseos y le ayudará a alcanzar sus objetivos.
Su programación es perfecta. Su razonamiento es perfecto. Sus recursos son perfectos. Sus deseos son perfectos. Todo lo que hay bajo el Cielo está en armonía con su pensamiento por su planificación de la victoria. Aun así, no hay garantía de que vaya a tener éxito si sólo está convencido de la victoria intelectualmente. Debe estar convencido de ella hasta en lo más profundo de su alma. La planificación es su forma de pedir, y el Cielo, cuando el jefe militar es reconocido por él, le ayudará hasta los confines del universo. El señor de la guerra será muy afortunado en la guerra. Pero si no es sincero, el Cielo lo sabrá y no le ayudará. Fracasará y arrastrará en su caída a los que creían en él.
Debe quedar claro que las acciones de engaño tienen una importancia significativa en la guerra. La organización mostrará si el jefe militar entra en la guerra con una acción correcta o si opera de forma caótica. La misma forma de la organización determinará también la bravura o la cobardía de sus hombres en cualquier circunstancia, y su convicción se pondrá de manifiesto mediante una acción correcta o por debilidades en la batalla por el mismo Cielo que gobierna al jefe militar. Cuando el jefe militar es fuerte, hace que el enemigo se mueva dónde y cuando quiere que se mueva, y lo mantiene inmóvil cuando quiere mantenerlo inmóvil. Controlando su propio destino, influye al enemigo a voluntad mientras actúa bajo la providencia del Cielo. Un jefe militar capaz no depende de sus subordinados para lograr la victoria y ganancias. Una apropiada planificación es lo que decide quién será el vencedor del día. Con una adecuada organización y delegando inteligentemente responsabilidades, asume el control de su destino. No se vale de sus subordinados para explicarse sus propios fracasos.
Garantiza su propio éxito exigiéndoselo a sí mismo. Cuando el jefe militar ha puesto su corazón en los preparativos para lograr la victoria, no se sorprende de que ésta llegue, ya que su triunfo parece estar guiado por la divinidad.
FUENTE: EL ARTE DE LA GUERRA. STEPHEN F. KAUFMAN.
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