martes, 19 de enero de 2010

FORTALEZA Y DEBILIDAD

Las presiones que se derivan de ser un gran líder, cuando caen sobre los hombros de un jefe militar poderoso, los hombres de rango inferior no las comprenden. Es mal comprendido, y hasta que su autoridad no se hace absoluta y el Cielo le ha sonreído, puede ser tratado de loco. Gracias a su fe en sí mismo, sin la ayuda de otros en los que apoyarse, alcanza finalmente la grandeza: nada se le puede resistir y todas las cosas se someten inmediatamente a su voluntad. Debido a su creencia en esta ciencia, persiste en su búsqueda y no se detiene. Éste es también el motivo por el que el Cielo acaba finalmente cediendo. Cuando el jefe militar ha reflexionado apropiadamente sobre sus acciones, el Cielo provee lo siguiente.


Cuando el jefe militar está preparado para la batalla, es el primero en entrar en la arena de combate y no se acobarda por el temor o las dudas. Su fortaleza está asegurada y su voluntad de lucha la obtendrá con facilidad si entiende el modo de conseguir sus objetivos. Si llega tarde y está inseguro en su posición, es porque no planificó adecuadamente, y puede ser derrotado fácilmente. Los jefes militares prudentes atraen al enemigo hacia ellos y no permiten que el enemigo les succione hacia una falsa seguridad. No permite que el supuesto poder de sus enemigos le influya, y siempre dará la orden final: buena, mala o indiferente. El jefe militar astuto atrae al enemigo hacia él ofreciéndole algo percibido como valioso. Una vez el enemigo se encuentra dentro, resulta sencillo ejercer plena autoridad en la destrucción del estado atacado. Si deja en ridículo al enemigo, la gente de ese estado también reconsiderará su lealtad.


El modo más simple de mortificar y rebajar a nuestro enemigo es cortándole la llegada de suministros. Si es poderoso y todavía avanza, le será mucho más difícil conseguir una ruta de escape, ya que no podrá descansar ni reaprovisionar a sus tropas: si hemos planeado nuestros ataques inteligentemente, al enemigo le será difícil lograr lo anterior. El jefe militar juicioso efectúa avances hacia el territorio enemigo cuando está seguro de que no habrá resistencia a sus movimientos. No pretende cansar a sus propias tropas. El engaño y los subterfugios son ingredientes esenciales para que una campaña tenga éxito. Aparece allí donde el enemigo no le espera. Ofrece cosas que para él no tienen ningún valor, a pesar de su apariencia, incluso si ello supone sacrificar hombres. Defiende lo que posee no dejando que el enemigo entre en su campamento. Protege sus líneas de suministro manteniendo el contacto directo con sus tropas. Si el enemigo ataca las líneas de aprovisionamiento del jefe militar, el primero verá cortada su retirada y quedará rodeado por una fuerza que no esperaba.


El jefe militar verdaderamente capaz nunca deja indicaciones de dónde ha estado. Es indistinguible entre los muchos. Sus planes están bien pensados, pero son incomprensibles para el enemigo. Aparece donde no está y desaparece en el vacío sin dejar rastro, preparándose convenientemente para el siguiente ataque. Avanza, penetrando profundamente en el punto blando de la armadura del enemigo. Cuando se retira, lo hace a una gran velocidad con la intención de agotar a las tropas enemigas obligándolas a adoptar posiciones desventajosas de persecución caótica, dejando detrás una fuerza que podrá todavía atacar los suministros del enemigo. Ataca durante la retirada empleando un último engaño.


Cuando el jefe militar no desea entrar en batalla, propone un terreno donde el enemigo no le pueda seguir con facilidad. Nunca permite que el enemigo sepa de dónde vendrá su ataque y sacrifica aquellas cosas que protegerán la región en la que se desarrollará el engaño cuando es necesario. Cuando defiende una posición débil, viene desde un lado o desde atrás y hostiga al enemigo incluso si parece que viene de frente. Cuando el enemigo debe proteger muchos lugares al mismo tiempo, inevitablemente deberá dejar algunos de ellos débiles y con pocos hombres, a menos que sea excepcionalmente potente, en cuyo caso el jefe militar avisado lo reconocerá y considerará planes adicionales antes del combate.


Las posiciones débiles y con pocos hombres deben atacarse y rebasarse rápidamente. Después, el jefe militar deberá dejar un pequeño contingente para mantener el control y para que le avisen en caso de producirse un nuevo reforzamiento del enemigo. El enemigo debe ser atacado de tal forma que se vea obligado a distribuir sus tropas de forma desigual. De esto modo se le puede dividir y derrotar con facilidad. Cuando el enemigo queda confundido por el ataque inicial, se debilitará si la acción correcta del jefe militar le fuerza a dispersar sus tropas. Si el enemigo se prepara para un ataque a su parte frontal, su retaguardia será débil. Si prepara sus tropas de montaña, entonces sus tropas del valle serán débiles. Percibiendo lo anterior, el jefe militar considerará la estrategia que el enemigo está empleando y se dará cuenta de la importancia que tiene actuar resueltamente en el primer ataque.


Una fuerza grande no necesariamente ha de poder vencer a una fuerza menor. Hay ocasiones en que unos pocos pueden dar la batalla a otros muchos y salir victoriosos. Siempre es aconsejable preparar las defensas contra una fuerza abrumadora. Una fuerza arrolladora puede no ser capaz de mantener su organización y velocidad debido a problemas de movilización y comunicación. Hay que sopesar todas las cosas y verlas en su propia luz. Si una fuerza pequeña está adecuadamente organizada, puede causar estragos aprovechándose de la lentitud del ejército grande. Estas tácticas reciben en inglés la denominación de hit and run (golpe y huida). Cuando se usan eficientemente, estos métodos sirven para dispersar a las fuerzas principales del ejército más grande. En cuestiones de estrategia defensiva, el ejército menor debe procurar elegir el área de combate para la confrontación; de lo contrario el ejército grande se les echará simplemente encima. Acosando constantemente a la fuerza grande, el jefe militar puede dilucidar dónde radican sus puntos fuertes y sus puntos vulnerables. Para un grupo pequeño es fácil desbaratar a un grupo grande desde el interior. Un grupo grande, por su propia naturaleza, debe permitir que haya observadores que vean su estrategia, algo que acaba convirtiéndose en una debilidad. Un jefe militar inteligente nunca repite de la misma manera las acciones que han tenido éxito. Las variaciones en el universo son infinitas, al igual que los métodos que pueden utilizarse en cualquier acción. Con el tiempo, la oposición aprenderá una estrategia repetida, y podrá preparar defensas contra ella. Si unos métodos nuevos de ataque no dan resultado tras un segundo intento, deberán reevaluarse. El jefe militar debe tener a punto un método alternativo. Los jefes militares prudentes diversifican sus ataques cuando son necesarios.


Un ejército debe ser siempre fluido y considerar la dirección del camino del Cielo. Sin esta capacidad, pierde elasticidad y puede quedar atrapado por sus propios intentos de engaño. En la guerra no hay constantes. Ésta es la razón por la que las variaciones del Cielo deben aceptarse y hacer cambios cuando haya que hacerlos. Debe considerarse también la posibilidad de efectuar cambios aun cuando no sean precisos y estar preparado para su aplicación en una contingencia.

No prever nuevas maneras de hacer las cosas da lugar a que se piense descuidadamente y a que se confíe excesivamente en la resistencia física. ¡Evitemos esto! En todas las cosas hay cambios. En las estaciones, en los días, en las formas de la luna y en la fortuna de los hombres. Hay que conseguir la victoria con coraje y proteger nuestro imperio con cambios en las actitudes y estudio constante para seguir desarrollando nuestros deseos. El jefe militar virtuoso reconoce esta verdad y actúa en consecuencia.

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