A menos que sea absolutamente necesario, no debe usarse jamás la fuerza al tomar el control de otro estado. No usando la fuerza podremos calmar los temores de la gente. Cuando entiendan nuestras intenciones, seguirán nuestro liderazgo y nos obedecerán si nos hemos preparado adecuadamente. Si nos dirigimos a ellos con respeto, y entienden la inevitabilidad de nuestra acción, tratarán de ayudarnos como medio de proteger sus propios intereses. Exteriormente no mostrarán miedo. Interiormente temblarán. Cuando el ejército del enemigo ha quedado reducido a la impotencia gracias a este medio, el jefe militar sensato les mostrará la futilidad del intento de entrar físicamente en batalla. Es preferible que el ejército del enemigo se alinee con nosotros, haciendo de este modo más fácil nuestra toma del poder. Sus señores se nos someterán con rapidez cuando sus recursos les hayan abandonado.
Matar siempre es más fácil, pero es asimismo lo más costoso en términos de mano de obra y en el tiempo requerido para reorganizar al pueblo conquistado. Siendo perspicaz, el jefe militar sabe que se ha creado una gran cantidad de odio. El campesinado puede haber perdido a miembros de su propio clan y puede llegar un día en que busque nuestra destrucción. Es importante, por consiguiente, mezclar las tropas enemigas con las nuestras antes de que se den cuenta de que se han convertido en parte de nuestro ejército, haciendo así muy difícil que sus líderes puedan remediarlo. No debe permitírseles juntarse en gran número y se les debe dispersar ampliamente entre nuestros propios hombres. En la orden del Cielo lo mejor es atacar del modo siguiente. La primera manera debe ser el desbaratamiento total de los planes del enemigo para su crecimiento y éxito futuros.
Cuando se dé cuenta de que todo lo que intenta está bloqueado, y no puede determinar el lugar por donde se le aproximan, se debilitará. Las tropas enemigas creerán que su líder está perdiendo el control del orden natural de las cosas. Se volverán asustadizos y actuarán con gran resistencia cuando se les diga que lleven a cabo determinadas acciones. Esto creará gran confusión entre sus filas. Nos será de gran utilidad entender el modo de hacer estas cosas y debemos meditar profundamente sobre ellas. La capacidad de asumir el control será mayor si nos ocupamos previamente con cuidado y planificación de nuestro futuro. Si descubrimos que no podemos desbaratar su filosofía, la opción siguiente es desbaratar sus alianzas con otros países. Esto se hace con educados subterfugios y rotundas mentiras.
La propagación de rumores y señalar como culpable al enemigo por cosas que no necesariamente existen puede proporcionarnos resultados dinámicos si se hace correctamente con malicia premeditada. La gente siempre deseará la muerte de cualquier líder, incluido el suyo, si existe la menor molestia o inconveniente por causa de ese líder. El pueblo suele ser inestable cuando se halla sometido a presión y acostumbra a seguir el carro del pan, y a hacerlo prestando poca atención a las consecuencias futuras. Las masas populares sólo se preocupan de su propio bienestar. Ésta es la razón de que sean campesinos y no líderes. Los líderes militares ven el futuro; los campesinos sólo ven el presente, y los gruñones sólo el pasado. Siempre que sea posible, hay que usar a los gruñones con la finalidad de movilizarlos para echar abajo los planes del líder para el futuro. Crear perturbaciones donde se pueda y echar constantemente la culpa donde no hay ninguna mediante rumores y engaños. Por lo general, los inocentes no lo son tanto y están predispuestos a ser captados.
Si el enemigo no es fuerte y su gobierno no es resuelto, no podrá detenernos. Si el enemigo ve lo que estamos haciendo y empieza a actuar contra nosotros, debemos atacar físicamente a su ejército sin titubeos. Quizás no hemos actuado correctamente bajo el Cielo para llevar a cabo nuestros bien intencionados pero inadecuadamente concebidos planes. Es posible que no hayamos examinado adecuadamente las condiciones para una toma no violenta del poder. Teniendo incluso que destruir su ejército a un coste para nosotros que puede ser muy alto. El fracaso de nuestros planes anteriores hará imperativo que llevemos a cabo el ataque si no queremos perder la cara entre nuestro propio pueblo y perder nuestro poder. Las tropas tienen que haberse preparado para esta eventualidad, de modo que no será tan difícil hacerlo salir al campo de batalla. Al fracasar habremos alertado al enemigo, y al no poder tomar el poder con los métodos anteriores, habremos atizado su cólera. Ahora ellos lucharán con mayor convicción para detenernos, y nuestras tropas sufrirán pérdidas a pesar de nuestra fuerza aparente. Si deseamos tener éxito, deberemos atacar con ferocidad y un fanático entusiasmo. Deberemos convencer a nuestras tropas de que el enemigo no ha sido razonable, y de que por tanto hay que detenerlo a cualquier precio. A esto se le llama propaganda.
No importa que podamos dar la sensación de ser capaces de aplastar al enemigo. Aun así, debemos estar preparados y nuestros generales deben entender y creer que nuestros planes van a tener éxito. Hemos de estar seguros de que los generales simpatizan con nuestro modo de pensar o sufriremos su ambivalencia. Si sus mentes y corazones no están con nosotros, carecerán de autoridad al trasladar nuestras órdenes a sus capitanes. Asimismo debemos mantener una mentalidad patriótica en todos los niveles de negociación con el enemigo. Nuestros planes son mejores para el enemigo que los suyos para él, y se le debe hacer comprender esto, y lo hará si hemos planteado adecuadamente los mismos a sus asesores. Nuestra convicción personal debe ser lo bastante fuerte como para que sus generales entiendan y crean en nuestras intenciones. Debemos exponer estas verdades si queremos evitar una guerra física, que puede tener lugar más adelante, pero no si hemos debilitado eficazmente a sus tropas. Es esencial luchar en áreas abiertas sin ser atrapados en el territorio del enemigo (que nunca podremos conocer tan bien como él). Si no logramos derrotar a los ejércitos enemigos en el campo de batalla, y creemos que nos será más fácil vencerlo atacando sus ciudades, estaremos incurriendo en un error. Si atacamos sus ciudades –el lugar más peligroso para entablaruna batalla–, estaremos atacando también a la gente común, y se levantarán para defender sus casas a cualquier precio.
Esto aumentará las dificultades de nuestras tropas para luchar, y sufrirán pérdidas adicionales causadas por las tácticas guerrilleras. Si no hemos planeado adecuadamente el desbaratamiento de la estrategia del enemigo, es más que probable que tampoco hayamos planeado bien el desbaratamiento de sus alianzas. Es posible que la batalla en el campo tampoco haya sido bien preparada, y podemos encontrarnos luchando en su terreno sin entender del todo los medios de que disponemos para nuestros fines. Si capturamos la ciudad, nos costará muy caro y deberemos recompensar mucho más a nuestros generales y tropas para que nos sigan siendo leales, puesto que habremos demostrado que no pudimos hacer lo primero. Estaremos ahora en una situación en la que podemos ser depuestos por nuestro propio pueblo, que podrá conseguir la ayuda de la nación invadida debido a ello. Los hombres nos habrán perdido el respeto, y los ambiciosos de entre ellos buscarán nuestra caída y nuestra ruina. Debemos percatarnos de que la victoria más impresionante es aquella en la que no se utiliza la fuerza. Pocos serán los que se darán cuenta de que ha ocurrido algo hasta que sea demasiado tarde y generalmente aceptarán los cambios como correctos bajo el Cielo.
Ésta debe ser la principal preocupación del jefe militar. Sus recursos quedarán intactos y su ejército no estará cansado por un combate innecesario. Si deben emplearse tropas, éstas deberán usarse sin hacerlas combatir siempre que resulte posible. Si superamos completamente al enemigo en número, rodeémosle simplemente mostrándole nuestro potencial de poder y fuerza. Si se hace necesario luchar, atacar con decisión absoluta para dividir sus recursos. Atacar desde el este y el oeste; desde el norte y desde el sur. Atacar las líneas de suministro, atacar las áreas de descanso –crear diversiones constantemente–. El jefe militar sólo atacará directamente a las tropas enemigas cuando todo lo demás haya fracasado y haya dispuesto apropiada y adecuadamente las posiciones correctas y el uso eficiente de sus propios hombres. Si no tenemos suficientes hombres para aplastarlo con facilidad, deberemos ponerle en contra de sus propias alianzas internas. Hay que sembrar cizaña y crear discordia enviando falsos mensajes y haciendo falsas promesas a la gente. Debemos mostrar constantemente a la plebe del enemigo que trabajamos por su bien bajo la dirección del Cielo. Debemos lograr que la plebe del enemigo simpatice con nuestra causa. Para hacer esto hay que ser una persona excepcional. Si en fuerza estamos al mismo nivel que el enemigo, deberemos superarlo en capacidad de mando y derrotarlo con una estrategia adecuada basada en la convicción y en la aplicación de nuestras propias técnicas. Para nuestras necesidades de conquista deberemos usar las tácticas en las que tengamos confianza absoluta. Si no podemos ponernos a su nivel en cuanto a fuerza, y no tenemos más remedio que luchar, deberemos asegurarnos una ruta de escape. Si no, dejaremos muertas a muchas de nuestras tropas en suelo extranjero. De encontrarnos en una situación insostenible, deberemos retirarnos inmediatamente y hacer frente a las consecuencias. Si estamos en esta situación, es que no hemos planificado debidamente las cosas. Salgamos de allí, y vayámonos a casa o reestructuremos nuestros planes de un modo más competente y convincente antes de lanzar otro ataque. De todos modos, el enemigo ahora ya nos conocerá y será capaz de derrotarnos, quizás con facilidad; esta vez posiblemente de forma más competente y con mayor energía.
Éstas son algunas de las maneras en que un jefe militar puede llevar la destrucción a su propio ejército. Las apariencias externas de fracaso pueden diferir en lo que a nuestros objetivos personales se refiere, pero todas tienen su base en una falta de previsión y planificación.
1) Saber cuándo hay que atacar y no hacerlo, o saber cuándo no hay que hacerlo y no obstante forzar el ataque.
2) Provocar una retirada innecesaria por no emplear los recursos correctamente
3) No tener en consideración las necesidades de las tropas.
4) Cambiar constantemente las órdenes sin una razón lógica. Es esencial que nuestra tropas gocen de paz mental.
Se logra llenando adecuadamente sus estómagos y recompensándolos cuando se han portado con bravura. Ello exige que conozcamos cuáles son sus deseos en relación con los placeres sencillos de la vida. Si no les damos esto, lo buscarán en otra parte. La paz mental se consigue también no sometiéndolos innecesariamente al peligro. Un jefe militar de valía y valeroso presta atención a los consejos de su gobernante, y sólo después de considerarlos detenidamente debe dar las órdenes a sus generales. Cuando el gobernante no interviene directamente en el combate, no estará al corriente de las verdaderas condiciones de la batalla y no deberá dar órdenes que puedan hacer creer a los generales que el jefe militar está siendo suplantado en sus funciones. Los generales se confundirán y posiblemente se volverán rebeldes. Si el gobernante no entiende los medios con los que el jefe militar ejercita su responsabilidad, los oficiales buscarán la ruptura de la cadena de mando. Deben mantenerse los procedimientos y el protocolo correctos. Procurar esto es responsabilidad del jefe militar. Es absolutamente esencial que el jefe militar no permita que el gobernante margine su autoridad. Es un asunto delicado, puesto que, aunque el jefe militar puede controlar el bienestar de todo el reino, únicamente el gobernante es el que lo posee. Con prudencia, permite que el gobernante efectúe cambios circunstanciales pero no le deja hablar a los generales. Mantiene el control del reino, del gobernante y de los gobernados. El gobernante debe permitir que el jefe militar administre el ejército y que mantenga la protección general del reino. Los gobernantes saben que los jefes militares inteligentes pueden controlar y dirigir a los generales, frecuentemente a voluntad. Si el jefe militar ve usurpadas sus funciones por el gobernante, la rebelión es inminente. Usurpar su autoridad incrementa las posibilidades de un golpe y un gobernante inteligente lo entiende. Si desea destruir la autoridad del jefe militar, deberá hacerlo con sigilo y astucia. Un jefe militar astuto reconocerá un intento de derribarlo y lo detendrá antes de que se le escape de las manos, en cuyo momento deberá asumir el control de todo el reino, destituyendo al gobernante si es necesario. La traición es inaceptable en cualquier nivel, y en el caso de los gobernantes, dará lugar al derribo del gobierno. El gobernante se encontrará sin tropas para defender su posición.
Los jefes militares juiciosos conocen los métodos para mantener la autoridad y predecir la victoria en batalla. Saben cuándo hay que luchar y cuándo no hay que hacerlo; conocen cuando se dan las condiciones correctas para entrar en combate con éxito. Los suministros están en su lugar y los hombres entusiasmados. Los jefes militares avisados saben cómo desplegar correctamente grandes y pequeñas fuerzas, y gracias a ello se percatan de dónde una pequeña fuerza puede aplastar a otra grande y cuándo una gran fuerza no puede vencer a otra pequeña.Los jefes militares respetados mantienen alta la moral de sus tropas. Sin moral habrá disensiones y los motivos para luchar quizás no sean bastante fuertes como para unir a los guerreros. Los jefes militares que tienen éxito son capaces de esperar al enemigo. No ataca por el mero hecho de demostrar que controla la situación. Comprende las condiciones para la batalla, incluido el uso óptimo de los recursos. Se da cuenta de cuáles son los puntos fuertes y débiles del enemigo. Es consciente asimismo de los puntos fuertes y débiles de su propio mando. El jefe militar perspicaz tiene confianza y fe en sus generales. Les permite expresar su autoridad en las condiciones adecuadas y se preocupa de que sean recompensados cuando tienen éxito y de amonestarlos cuando fracasan por una mala planificación. Conoce al enemigo y se conoce a sí mismo para evitar el peligro. Debido a estos conocimientos, tendrá éxito en el campo de batalla y en la administración del estado. Si no es consciente de la fuerza del enemigo pero se conoce a sí mismo, sus posibilidades de victoria son del cincuenta por ciento. Si no se conoce a sí mismo ni al enemigo, su derrota es segura. El gobernante no debería haber elegido a este hombre para mandar; ni siquiera es fuerte.
FUENTE: EL ARTE DE LA GUERRA STEPHEN F. KAUFMAN
CAPITULO I http://ferzvladimir.blogspot.com/2010/01/preparativos-para-la-guerra.html
Matar siempre es más fácil, pero es asimismo lo más costoso en términos de mano de obra y en el tiempo requerido para reorganizar al pueblo conquistado. Siendo perspicaz, el jefe militar sabe que se ha creado una gran cantidad de odio. El campesinado puede haber perdido a miembros de su propio clan y puede llegar un día en que busque nuestra destrucción. Es importante, por consiguiente, mezclar las tropas enemigas con las nuestras antes de que se den cuenta de que se han convertido en parte de nuestro ejército, haciendo así muy difícil que sus líderes puedan remediarlo. No debe permitírseles juntarse en gran número y se les debe dispersar ampliamente entre nuestros propios hombres. En la orden del Cielo lo mejor es atacar del modo siguiente. La primera manera debe ser el desbaratamiento total de los planes del enemigo para su crecimiento y éxito futuros.
Cuando se dé cuenta de que todo lo que intenta está bloqueado, y no puede determinar el lugar por donde se le aproximan, se debilitará. Las tropas enemigas creerán que su líder está perdiendo el control del orden natural de las cosas. Se volverán asustadizos y actuarán con gran resistencia cuando se les diga que lleven a cabo determinadas acciones. Esto creará gran confusión entre sus filas. Nos será de gran utilidad entender el modo de hacer estas cosas y debemos meditar profundamente sobre ellas. La capacidad de asumir el control será mayor si nos ocupamos previamente con cuidado y planificación de nuestro futuro. Si descubrimos que no podemos desbaratar su filosofía, la opción siguiente es desbaratar sus alianzas con otros países. Esto se hace con educados subterfugios y rotundas mentiras.
La propagación de rumores y señalar como culpable al enemigo por cosas que no necesariamente existen puede proporcionarnos resultados dinámicos si se hace correctamente con malicia premeditada. La gente siempre deseará la muerte de cualquier líder, incluido el suyo, si existe la menor molestia o inconveniente por causa de ese líder. El pueblo suele ser inestable cuando se halla sometido a presión y acostumbra a seguir el carro del pan, y a hacerlo prestando poca atención a las consecuencias futuras. Las masas populares sólo se preocupan de su propio bienestar. Ésta es la razón de que sean campesinos y no líderes. Los líderes militares ven el futuro; los campesinos sólo ven el presente, y los gruñones sólo el pasado. Siempre que sea posible, hay que usar a los gruñones con la finalidad de movilizarlos para echar abajo los planes del líder para el futuro. Crear perturbaciones donde se pueda y echar constantemente la culpa donde no hay ninguna mediante rumores y engaños. Por lo general, los inocentes no lo son tanto y están predispuestos a ser captados.
Si el enemigo no es fuerte y su gobierno no es resuelto, no podrá detenernos. Si el enemigo ve lo que estamos haciendo y empieza a actuar contra nosotros, debemos atacar físicamente a su ejército sin titubeos. Quizás no hemos actuado correctamente bajo el Cielo para llevar a cabo nuestros bien intencionados pero inadecuadamente concebidos planes. Es posible que no hayamos examinado adecuadamente las condiciones para una toma no violenta del poder. Teniendo incluso que destruir su ejército a un coste para nosotros que puede ser muy alto. El fracaso de nuestros planes anteriores hará imperativo que llevemos a cabo el ataque si no queremos perder la cara entre nuestro propio pueblo y perder nuestro poder. Las tropas tienen que haberse preparado para esta eventualidad, de modo que no será tan difícil hacerlo salir al campo de batalla. Al fracasar habremos alertado al enemigo, y al no poder tomar el poder con los métodos anteriores, habremos atizado su cólera. Ahora ellos lucharán con mayor convicción para detenernos, y nuestras tropas sufrirán pérdidas a pesar de nuestra fuerza aparente. Si deseamos tener éxito, deberemos atacar con ferocidad y un fanático entusiasmo. Deberemos convencer a nuestras tropas de que el enemigo no ha sido razonable, y de que por tanto hay que detenerlo a cualquier precio. A esto se le llama propaganda.
No importa que podamos dar la sensación de ser capaces de aplastar al enemigo. Aun así, debemos estar preparados y nuestros generales deben entender y creer que nuestros planes van a tener éxito. Hemos de estar seguros de que los generales simpatizan con nuestro modo de pensar o sufriremos su ambivalencia. Si sus mentes y corazones no están con nosotros, carecerán de autoridad al trasladar nuestras órdenes a sus capitanes. Asimismo debemos mantener una mentalidad patriótica en todos los niveles de negociación con el enemigo. Nuestros planes son mejores para el enemigo que los suyos para él, y se le debe hacer comprender esto, y lo hará si hemos planteado adecuadamente los mismos a sus asesores. Nuestra convicción personal debe ser lo bastante fuerte como para que sus generales entiendan y crean en nuestras intenciones. Debemos exponer estas verdades si queremos evitar una guerra física, que puede tener lugar más adelante, pero no si hemos debilitado eficazmente a sus tropas. Es esencial luchar en áreas abiertas sin ser atrapados en el territorio del enemigo (que nunca podremos conocer tan bien como él). Si no logramos derrotar a los ejércitos enemigos en el campo de batalla, y creemos que nos será más fácil vencerlo atacando sus ciudades, estaremos incurriendo en un error. Si atacamos sus ciudades –el lugar más peligroso para entablaruna batalla–, estaremos atacando también a la gente común, y se levantarán para defender sus casas a cualquier precio.
Esto aumentará las dificultades de nuestras tropas para luchar, y sufrirán pérdidas adicionales causadas por las tácticas guerrilleras. Si no hemos planeado adecuadamente el desbaratamiento de la estrategia del enemigo, es más que probable que tampoco hayamos planeado bien el desbaratamiento de sus alianzas. Es posible que la batalla en el campo tampoco haya sido bien preparada, y podemos encontrarnos luchando en su terreno sin entender del todo los medios de que disponemos para nuestros fines. Si capturamos la ciudad, nos costará muy caro y deberemos recompensar mucho más a nuestros generales y tropas para que nos sigan siendo leales, puesto que habremos demostrado que no pudimos hacer lo primero. Estaremos ahora en una situación en la que podemos ser depuestos por nuestro propio pueblo, que podrá conseguir la ayuda de la nación invadida debido a ello. Los hombres nos habrán perdido el respeto, y los ambiciosos de entre ellos buscarán nuestra caída y nuestra ruina. Debemos percatarnos de que la victoria más impresionante es aquella en la que no se utiliza la fuerza. Pocos serán los que se darán cuenta de que ha ocurrido algo hasta que sea demasiado tarde y generalmente aceptarán los cambios como correctos bajo el Cielo.
Ésta debe ser la principal preocupación del jefe militar. Sus recursos quedarán intactos y su ejército no estará cansado por un combate innecesario. Si deben emplearse tropas, éstas deberán usarse sin hacerlas combatir siempre que resulte posible. Si superamos completamente al enemigo en número, rodeémosle simplemente mostrándole nuestro potencial de poder y fuerza. Si se hace necesario luchar, atacar con decisión absoluta para dividir sus recursos. Atacar desde el este y el oeste; desde el norte y desde el sur. Atacar las líneas de suministro, atacar las áreas de descanso –crear diversiones constantemente–. El jefe militar sólo atacará directamente a las tropas enemigas cuando todo lo demás haya fracasado y haya dispuesto apropiada y adecuadamente las posiciones correctas y el uso eficiente de sus propios hombres. Si no tenemos suficientes hombres para aplastarlo con facilidad, deberemos ponerle en contra de sus propias alianzas internas. Hay que sembrar cizaña y crear discordia enviando falsos mensajes y haciendo falsas promesas a la gente. Debemos mostrar constantemente a la plebe del enemigo que trabajamos por su bien bajo la dirección del Cielo. Debemos lograr que la plebe del enemigo simpatice con nuestra causa. Para hacer esto hay que ser una persona excepcional. Si en fuerza estamos al mismo nivel que el enemigo, deberemos superarlo en capacidad de mando y derrotarlo con una estrategia adecuada basada en la convicción y en la aplicación de nuestras propias técnicas. Para nuestras necesidades de conquista deberemos usar las tácticas en las que tengamos confianza absoluta. Si no podemos ponernos a su nivel en cuanto a fuerza, y no tenemos más remedio que luchar, deberemos asegurarnos una ruta de escape. Si no, dejaremos muertas a muchas de nuestras tropas en suelo extranjero. De encontrarnos en una situación insostenible, deberemos retirarnos inmediatamente y hacer frente a las consecuencias. Si estamos en esta situación, es que no hemos planificado debidamente las cosas. Salgamos de allí, y vayámonos a casa o reestructuremos nuestros planes de un modo más competente y convincente antes de lanzar otro ataque. De todos modos, el enemigo ahora ya nos conocerá y será capaz de derrotarnos, quizás con facilidad; esta vez posiblemente de forma más competente y con mayor energía.
Éstas son algunas de las maneras en que un jefe militar puede llevar la destrucción a su propio ejército. Las apariencias externas de fracaso pueden diferir en lo que a nuestros objetivos personales se refiere, pero todas tienen su base en una falta de previsión y planificación.
1) Saber cuándo hay que atacar y no hacerlo, o saber cuándo no hay que hacerlo y no obstante forzar el ataque.
2) Provocar una retirada innecesaria por no emplear los recursos correctamente
3) No tener en consideración las necesidades de las tropas.
4) Cambiar constantemente las órdenes sin una razón lógica. Es esencial que nuestra tropas gocen de paz mental.
Se logra llenando adecuadamente sus estómagos y recompensándolos cuando se han portado con bravura. Ello exige que conozcamos cuáles son sus deseos en relación con los placeres sencillos de la vida. Si no les damos esto, lo buscarán en otra parte. La paz mental se consigue también no sometiéndolos innecesariamente al peligro. Un jefe militar de valía y valeroso presta atención a los consejos de su gobernante, y sólo después de considerarlos detenidamente debe dar las órdenes a sus generales. Cuando el gobernante no interviene directamente en el combate, no estará al corriente de las verdaderas condiciones de la batalla y no deberá dar órdenes que puedan hacer creer a los generales que el jefe militar está siendo suplantado en sus funciones. Los generales se confundirán y posiblemente se volverán rebeldes. Si el gobernante no entiende los medios con los que el jefe militar ejercita su responsabilidad, los oficiales buscarán la ruptura de la cadena de mando. Deben mantenerse los procedimientos y el protocolo correctos. Procurar esto es responsabilidad del jefe militar. Es absolutamente esencial que el jefe militar no permita que el gobernante margine su autoridad. Es un asunto delicado, puesto que, aunque el jefe militar puede controlar el bienestar de todo el reino, únicamente el gobernante es el que lo posee. Con prudencia, permite que el gobernante efectúe cambios circunstanciales pero no le deja hablar a los generales. Mantiene el control del reino, del gobernante y de los gobernados. El gobernante debe permitir que el jefe militar administre el ejército y que mantenga la protección general del reino. Los gobernantes saben que los jefes militares inteligentes pueden controlar y dirigir a los generales, frecuentemente a voluntad. Si el jefe militar ve usurpadas sus funciones por el gobernante, la rebelión es inminente. Usurpar su autoridad incrementa las posibilidades de un golpe y un gobernante inteligente lo entiende. Si desea destruir la autoridad del jefe militar, deberá hacerlo con sigilo y astucia. Un jefe militar astuto reconocerá un intento de derribarlo y lo detendrá antes de que se le escape de las manos, en cuyo momento deberá asumir el control de todo el reino, destituyendo al gobernante si es necesario. La traición es inaceptable en cualquier nivel, y en el caso de los gobernantes, dará lugar al derribo del gobierno. El gobernante se encontrará sin tropas para defender su posición.
Los jefes militares juiciosos conocen los métodos para mantener la autoridad y predecir la victoria en batalla. Saben cuándo hay que luchar y cuándo no hay que hacerlo; conocen cuando se dan las condiciones correctas para entrar en combate con éxito. Los suministros están en su lugar y los hombres entusiasmados. Los jefes militares avisados saben cómo desplegar correctamente grandes y pequeñas fuerzas, y gracias a ello se percatan de dónde una pequeña fuerza puede aplastar a otra grande y cuándo una gran fuerza no puede vencer a otra pequeña.Los jefes militares respetados mantienen alta la moral de sus tropas. Sin moral habrá disensiones y los motivos para luchar quizás no sean bastante fuertes como para unir a los guerreros. Los jefes militares que tienen éxito son capaces de esperar al enemigo. No ataca por el mero hecho de demostrar que controla la situación. Comprende las condiciones para la batalla, incluido el uso óptimo de los recursos. Se da cuenta de cuáles son los puntos fuertes y débiles del enemigo. Es consciente asimismo de los puntos fuertes y débiles de su propio mando. El jefe militar perspicaz tiene confianza y fe en sus generales. Les permite expresar su autoridad en las condiciones adecuadas y se preocupa de que sean recompensados cuando tienen éxito y de amonestarlos cuando fracasan por una mala planificación. Conoce al enemigo y se conoce a sí mismo para evitar el peligro. Debido a estos conocimientos, tendrá éxito en el campo de batalla y en la administración del estado. Si no es consciente de la fuerza del enemigo pero se conoce a sí mismo, sus posibilidades de victoria son del cincuenta por ciento. Si no se conoce a sí mismo ni al enemigo, su derrota es segura. El gobernante no debería haber elegido a este hombre para mandar; ni siquiera es fuerte.
FUENTE: EL ARTE DE LA GUERRA STEPHEN F. KAUFMAN
CAPITULO I http://ferzvladimir.blogspot.com/2010/01/preparativos-para-la-guerra.html
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