sábado, 2 de enero de 2010

MANUAL Y ESPEJO DE CORTESANOS (CAPITULO II SOBRE LOS FUNDAMENTOS DE LA CORTE)

La mayor preocupación del Cardenal Richelieu, una vez superada una grave crisis que a punto estuvo de costarle literalmente la cabeza, era encadenar el destino de su Rey Luis XIII al suyo propio. Ya que el rey no podía prescindir de un Favorito, Richelieu le escogió uno para conocer de primera mano las intenciones del monarca. En cuanto el Privado se empezó a rebelar, acabó con él. Buscó una amante para tener ocupado el corazón del monarca, persona que era confidente de las quejas del rey, que mas tarde confesaba el Cardenal. Si la amante no era dócil, Richelieu, manejando sus escrúpulos religiosos, aconsejaba al monarca su abandono. Arrancó al rey en confesión los nombres de quienes conspiraron contra él. Creó retorcidos proyectos para que fracasaran sus oponentes y logró que sólo a él le obedeciera el ejército, en ocasiones dando órdenes de dejarse vencer si así convenía. En verdad el Cardenal era un maestro de cortesanos.
Todos queremos mas poder. Y por supuesto, mantener el que tenemos. ¿Conoces a alguien que ceda voluntariamente parcelas de poder? Si es así, probablemente está dando un paso hacia atrás para, tras la carrera que precede al salto, acaparar más y más poder. Tal vez es un anciano cerca de su muerte e indiferente hacia las pasiones de la vida, un ermitaño aislado del mundanal ruido, una persona de vuelta de todo o simplemente, que aún no comprende que todos bailamos al son de la música que nos toca el poderoso mientras en la pista de baile evitamos los codazos de los otros bailarines a la vez que pisamos a quien nos molesta.

Como estoy seguro que no eres ninguno de los anteriores y que perteneces al grupo de los que desea más poder así como no perder el que tanto trabajo y esfuerzo te costó conseguir, ve con cuidado: si apareces deseoso de más poder pondrás sobre aviso a tus competidores. Por lo tanto, tendrás que practicar y dominar las artes del disimulo. Si adulas de forma descarada al que te puede beneficiar, otros actuarán en tu contra. Deberás ser sutil e indirecto, de forma que no se te note ante los demás, pero que sea visible ante la persona a la que van dirigidas tus atenciones.
El Panchatantra menciona que “los insensatos que dicen que es difícil ganar el favor de un rey, revelan con ello su indolencia, su pereza y apatía. Cuando vemos que las serpientes, los tigres, los elefantes y leones se doman con ciertos medios ¿será el rey algún monstruo que no puedan dominar hombres activos e inteligentes?” Todo esto exige un gran y delicado equilibrio no exento de un fino arte. Es conveniente que medites sobre ello.

Tendrás adversarios. Muchos. De hecho, estoy seguro de que ya los tienes. Y si hasta ahora no te has dado cuenta, es que estás ciego a las evidencias. ¿No te lo crees? Te parecerá extraño, pero por muy mal que te vaya la vida, aunque seas o aparentes ser un necio, siempre hay quien te envidia. Ahí tienes un peligroso y duradero rival o tal vez un enemigo en la sombra. ¿Aún no
estás convencido? Permíteme que te presente a unos viejos enemigos tuyos: todos lo que te deban algo, todos a los que hiciste un favor al que no te pueden corresponder, están en esa lista. No soportan deberte nada, pues como dijo el genial cortesano La Rochefoucault, “no sólo los hombres tienden a perder el recuerdo de los beneficios y de las injurias, sino que incluso odian
a sus benefactores y dejan de odiar a quien los ofendió. La perseverancia en recompensar el bien y vengarse del mal les parece una servidumbre demasiado gravosa. El mal que hacemos no nos atrae tanta persecución y tanto odio como nuestras buenas cualidades. A la mayoría de los hombres es menos peligroso hacerles el mal que hacerles demasiado bien.”

Los buenos cortesanos muy rara vez atacan de frente ni usan la fuerza. No es elegante. Cultiva la actitud de ser indirecto, si es preciso haz que otros te hagan el desagradable y poco cortesano trabajo de dar la estocada por la espalda. Si eres tú el que clava la daga, que sea con un bonito y perfumado guante de la más fina piel y con la mejor de las sonrisas. Repito, ante todo, elegancia. Y vigila tu espalda, a ti también te pueden dar una “elegante” y recia puñalada ascendente a la altura de tus riñones. Hasta llegar al corazón. Y como nunca se sabe de qué pie cojea el prójimo, vigila también tu trasero, hay gente que se aprovecha cuando te encuentras agachado… No es muy sofisticado presionar, traicionar ni emplear la fuerza de un modo más o menos velado, aunque en ocasiones no te quedará otro remedio y deberás estar preparado y con la voluntad presta para usarla sin dudar, tal y como menciona Maquiavelo, “debéis, pues, saber que existen dos formas de combatir: la una con las leyes, la otra con la fuerza. La primera es propia del hombre, la segunda de las bestias; pero como la primera muchas veces no basta, conviene recurrir a la segunda. Por lo tanto, es necesario a un Príncipe saber utilizar correctamente la bestia y el hombre”. Y continúa Saavedra Fajardo, “no por esto quiero al Príncipe tan benigno, que nunca use de la fuerza, ni tan cándido y sencillo, que ni sepa disimular ni cautelarse contra el
engaño; porque viviría expuesto a la malicia, y todos se burlarían de él.” Es mucho mejor el uso del encanto, ilusión, engaño, seducción y fina estrategia. Ten en cuenta que los árboles rectos caen bajo el hacha del leñador, no así los retorcidos. El colmo de la habilidad del cortesano es que nuestra víctima agradezca nuestra acción, tal será señal de que no ha percibido la naturaleza del ataque. En la Corte impera la diplomacia, el arte de los pretextos. Es un procedimiento, unas acciones que siguen o preceden a una agresión abierta o disimulada. La moral no es la ley que rige las relaciones entre cortesanos, todos actúan movidos por sus intereses. Pero la propia naturaleza de las Cortes te obliga a proceder con reserva, sobre todo porque el enemigo de hoy será mañana tu aliado. Por este motivo es conveniente cultivar la diplomacia porque muestra cualquier cosa con los colores y aspecto que a ti te conviene.

Procederás con arte y circunloquio, con doble y aun triple sentido, uno para la Corte, otro para los “entendidos” y otro para quien en realidad te diriges. Aprenderás a decir a la vez una cosa y su contraria, a afirmar y negar la misma cuestión, a parecer que te comprometes sin comprometerte, a dejar caer, con elegancia lo que de verdad se dice y a ocultar tras muchas
palabras lo que no se quiere decir. Recuerda que las formas, siempre las formas, te protegerán y te servirán para atacar a quien debas y defenderte de quien no puedas ofender. Observa a los buenos políticos, que aunque cada vez más escasos, aun existen, y aprende de ellos, son excelentes maestros. Y si cuando este libro se publique ya no quedasen buenos políticos de los que aprender, noticia que no te debería sorprender, aplícate a estudiar a los del pasado, desde Roma y Atenas hasta comienzos del Siglo XX. Siempre debes recordar hacia qué fin diriges tus acciones. ¿Para qué has ido a la Corte? ¿Qué esperas obtener? La mayoría de los cortesanos saben bien cual es la finalidad de su juego: obtener el favor del poderoso y medrar. Recuerda lo que dijo La Bruyère: “en la Corte se acuestan y se levantan pensando en el interés; no se trata de la mañana a la tarde, ni de noche ni de día. Por el interés, nada mas que por el interés, se calla, se habla, se piensa y se obra; con este pensamiento se saluda a este, se desdeña a aquel, se sube, se baja, se otorga, se niega; a esta regla se ajustan las atenciones, los desdenes, la indiferencia, la estimación y el desprecio.” Para medrar tendrás que cultivar tus relaciones y tener un fino olfato para detectar y aprovechar las ocasiones propicias. Cultivarás la paciencia sin perder la compostura mientras encuentras a la persona que respaldará tu carrera en la Corte. Mientras llega la ocasión pulirás tu ingenio, acrecentarás tu “graces”4, ese “je ne sais quoi”5 que te hará ser deseado por todos. En fin, te forjarás un sólido prestigio como cortesano. Será otra gran prueba de tu fino instinto el saber elegir y ser elegido por la persona que te interesa. Para ello, sólo dirás cosas buenas de todos ellos y haciendo particularmente el elogio de aquellos que pueden serte mas útiles. Nada hay en la Corte más despreciable que alguien que no puede contribuir a tu fortuna. Con tan poca influencia, es asombroso que tenga la osadía des er cortesano. Para llegar a algo comenzarás siendo la persona de alguien poderoso, de tu padrino. Deberás saber conservarlo lo suficiente como para sacarle todo el provecho que puedas. Emplea a fondo tu autocontrol, tu prudencia, tu encanto y tu seducción. Es tu prueba de fuego en la Corte, si no la superas tendrás que repetir la lección hasta que así sea. Tendrás que acariciar a quien te protege con las dosis justas de adulaciones, elogios, mercedes y demás bagatelas. Piensa que el día que este advierta que todo lo anterior mengua empezarás a caer en desgracia. Te estarás deslizando por una pendiente muy peligrosa, ya que un padrino que no hayas logrado
conquistar se acaba convirtiendo en un enemigo muy considerable. Si no haces progresos con tu protector, es que estás retrocediendo.


Es perpetuo batallar la vida en la Corte y con un solo protector no te será suficiente, ya que estos se contrarían los unos a los otros al intentar conseguir influencias para sus protegidos. Por lo tanto, es evidente que necesitas varios padrinos porque sus esfuerzos hacia ti no se suman, mas bien se multiplican. Con una buena liga de protectores no habrá nada que no puedas lograr ni obstáculo que no puedas derribar o sortear. En Sicilia dicen que la vida es tan dura que no basta con tener a tu padre y por ello hay que buscar un padrino. Curioso y sabio refrán de una isla famosa, entre otras cosas, por su Mafia. A cambio, debes asumir que un esclavo sólo tiene un amo, pero un cortesano tiene tantos amos como personas le puedan favorecer.

No sólo de poderosos vive el cortesano. A veces tiene más poder el ujier de la antecámara que el mismo Válido del Príncipe. Cultivarás con esmero la amistad de personal subalterno, te abrirán muchas puertas, te mostraran bastantes confidencias y en muchas lides hasta pelearán por ti. Porteros, peluqueras, secretarios, ayudantes, camareros, bedeles, conserjes y jefecillos de puestos subalternos tendrán información de primera mano que te será muy útil y provechosa. Conviene tener gente de esta en todas partes. Contaba Esopo que dormía tranquilamente un león, cuando un ratón empezó a juguetear encima de su cuerpo. Despertó el león y rápidamente
atrapó al ratón; y a punto de ser devorado, le pidió este que le perdonara, rometiéndole pagarle cumplidamente llegado el momento oportuno. El león echó a reír y lo dejó marchar. Pocos días después unos cazadores apresaron al rey de la selva y le ataron con una cuerda a un frondoso árbol. Pasó por ahí el ratoncillo, quien al oír los lamentos del león, corrió al lugar y royó la cuerda, dejándolo libre. Días atrás –le dijo–, te burlaste de mí pensando que nada podría hacer por ti en agradecimiento. Ahora es bueno que sepas que los pequeños ratones somos agradecidos y cumplidos. Nunca desprecies las promesas de los pequeños honestos. Cuando llegue el momento las cumplirán.
Para hacer carrera en la Corte, lo más importante es agradar, es una de las principales razones por la que siempre todos los poderosos conceden sus favores. Lograrás agradar atendiendo a los detalles, a las pequeñas cosas, pues el Diablo en ellos se esconde y espera a que falles en menudencias para causar grandes destrozos. A las personas se las seduce antes que se las convence, y a los poderosos, con mas razón. En la Corte, siempre serás observado, primero por los rivales, y cuando hayas logrado que te vean y se fijen en tu presencia, serás evaluado por los poderosos. Recuerda que Dios descansó el séptimo día, pero que los cortesanos no conocen el reposo para observar, evaluar, calibrar y juzgar en su fuero interno, y aún reposan mucho menos los poderosos, cuyo favor aspiras obtener. Si descubren en ti que estás demasiado relajado, que eres muy vehemente, poco sociable, demasiado sincero, escasamente agradable, demasiado inteligente y honesto, tu estrella se apagará irremediablemente. Ten en cuenta que aquí se recompensan más a menudo las apariencias de mérito que el mérito mismo.


La Corte encarna lo más oscuro del alma humana y lo más sublime de las habilidades sociales. Aduéñate de la voluntad de quien tiene el poder y obtendrás de ellos lo que quieras: dinero, poder, títulos, honores y demás ornamentos con los que se viste la impenetrable esencia del poderoso. La apuesta es muy alta y el juego muy peligroso, no está al alcance de aficionados. Y como nadie nace profesional en nada, deberás curtirte en mil celadas cortesanas para jugar en partidas cada vez más estimulantes y arriesgadas. Muchas veces, si no siempre, antes de lograr el objetivo final tendrás que haber colocado tus fichas, afinado tus resortes, tendido tus redes y comprado voluntades durante mucho tiempo, generalmente años. El Cardenal Richelieu, gran maestro de cortesanos, tuvo que esperar diez años hasta ganar la voluntad y el alma de su rey. Hizo elevadas apuestas y en muchas ocasiones estuvo a punto de perderlo todo. En disculpa por su lentitud, resaltar que el premio merecía la pena.

Creo que ya te he dicho que la inmensa dificultad del juego cortesano estriba en que todo lo que hagas será a la vista de todos los demás rivales, que espiarán todos tus movimientos, te tenderán emboscadas, preverán tus jugadas y, en fin, contrarrestarán todos tus avances. Tendrás que tender trampas, desactivar minas, tomar rodeos, regular resortes. Gran estrategia digna de grandes generales en campaña. A estas alturas, ya deberías estar convencido que la vida en la Corte es muy parecida al arte de la guerra. Sólo se diferencia de una feroz batalla en la gracia y los modales, ya que si no existieran, harían que todo fuera una caverna de trogloditas. El cortesano Luynes, que gozó del favor de Luis XIII, advirtió un día que su rey miraba a otro cortesano de una determinada manera, así que se apresuró a colmarlo de favores para que se alejara, diciéndole que él era como un marido que teme ser engañado y que no puede tolerar que un hombre amable se acerque a su esposa.

“La vida de la corte”, dice La Bruyère, “es un juego grave y melancólico, que se juega del modo siguiente: es necesario ordenar las piezas y las baterías, tener un objetivo, inutilizar el del adversario, a veces, arriesgarse y tentar la suerte. Y después de todas estas cavilaciones y medidas, uno se encuentra con un jaque que a veces es mate.” Como muy buen resumen y tal como cita Antonio de Guevara esta es la definición de cortesano que él mismo sufrió en sus propias carnes en la Corte Imperial Española en el Siglo XVI: “fui a la Corte inocente y torneme
malicioso, fui sincerísimo y torneme doblado, fui verdadero y aprendí a mentir, fui humilde y tornéme presuntuoso, fui modesto e híceme voraz, fui penitente y tornéme regalado, fui humano y tornéme inconversable; finalmente digo que fui vergonzoso y allí me derramé, y allí fui devoto y allí me entibié. ¿Es verdad, pues, que anduve muchas escuelas o mudé muchos maestros para aprender estos vicios? No, por cierto, porque uno de los peligros que hay en la Corte es que se aprenden los vicios sin maestro y no se quieren dejar sin castigo.”

LIBRO COMPLETO
http://www.4shared.com/file/115603656/979fa5b/MANUAL_Y_ESPEJO_DESPROTEGIDO.html

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