No muere de una vez el envidioso, sino tantas cuantas vive a voces de aplausos el envidiado, compitiendo la perennidad de la fama del uno con la penalidad del otro: es inmortal éste para las glorias y aquél para sus penas. El clarín de la fama, que toca a inmortalidad al uno, publica muerte para el otro. . . .
Gracián, Oráculo manual y arte de la prudencia, máxima 162
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