martes, 13 de octubre de 2009

LA HISTORIA DE LAS CONCUBINAS

Se considera dudosa la autenticidad de la siguiente historia, que no forma parte de los trece capítulos. Algunos traductores la incluyen en sus libros; otros ignoran su existencia. Todas las versiones son bastante similares.

Puede que encuentre aplicaciones interesantes en la que a continuación presento.

La obra de Sun Tzu, El arte de la guerra, le porporcionó a su autor una audiencia del rey de Wu quien le dijo: – He leído detenidamente tus trece capítulos. ¿Puedo someter a una pequeña prueba tu teoría del empleo de los soldados? Sun Tzu replicó: – Podéis, señor.

El rey de Wu inquirió: – ¿Es posible aplicar la prueba a mujeres? Sun Tzu contestó que lo era y trajeron por tanto del palacio a 180 bellísimas mujeres.

Sun Tzu las agrupó en dos compañías y colocó a la cabeza de cada una de éstas a una de las concubinas favoritas del rey. Dispuso que fueran dotadas de lanzas y les preguntó: – ¿Conocéis la diferencia entre delante y detrás, derecha e izquierda? Las mujeres replicaron: – Sí.

Sun Tzu prosiguió: – Cuando al sonido de los tambores ordene “ojos al frente», mirad directamente hacia adelante. Cuando diga «izquierda», volveos hacia vuestra mano izquierda. Cuando mande «derecha», girad hacia vuestra mano derecha. Cuando diga «media vuelta», girad hacia atrás. Tras haberles explicado las órdenes, las mujeres declararon que las habían entendido.
Entonces les dió lanzas para que pudieran comenzar la instrucción. Al sonido de los tambores, Sun Tzu ordenó «derecha». En respuesta, las mujeres se echaron a reír.

Con gran paciencia Sun Tzu dijo: si las – Si las instrucciones y voces de mando no son claras y concretas, órdenes no son perfectamente entendidas, entonces la culpa es del general.

Repitió luego varias veces sus explicaciones. Esta vez ordenó que los tambores dieran la señal de girar a la izquierda y de nuevo las mujeres rompieron a reír.


Entonces Sun Tzu declaró: – Si las instrucciones y voces de mando no son claras y concretas, si las órdenes no son perfectamente entendidas, entonces la culpa es del general.

Pero si las voces de mando son claras y los soldados desobedecen, entonces la falta es de los oficiales.

E inmediatamente ordenó que fuesen decapitadas las dos mujeres que había puesto al frente de las compañías. Claro está que el rey observaba la escena desde un pabellón elevado; cuando vió que sus dos concubinas favoritas estaban a punto de ser ejecutadas, se mostró alarmado y transmitió al punto este mensaje: «Estamos ahora completamente satisfechos de la capacidad del general para mandar tropas. Sin estas concubinas, mi comida y mi bebida no me sabrán bien. Es deseo del rey que no sean decapitadas».
Sun Tzu replicó: – Habiendo recibido del soberano el encargo de encargarme de estas tropas y de mandarlas, hay ciertas órdenes que no puedo aceptar. Ordenó que, como ejemplo, fuesen ejecutadas las dos concubinas y nombró para sucederlas a las dos siguientes.

De nuevo resonaron los tambores y se reanudó la instrucción. Las mujeres realizaron a la perfección todos los movimientos, tal como se les había ordenado, giraron a la derecha o a la izquierda, avanzaron, dieron media vuelta, se arrodillaron y alzaron, comportándose correctamente sin proferir sonido alguno. Sun Tzu envió un mensajero al rey de Wu para decirle: «Majestad, los soldados están ahora bien adiestrados y muestran una perfecta disciplina. Como soberano, podéis decidir que avancen a través del fuego y del agua y no os desobedecerán. El rey respondió: – Nuestro comandante debe cesar la instrucción y volver a su campamento. No deseamos bajar y pasar revista a las tropas.

Con gran calma, Sun Tzu repuso: – El rey sólo quiere palabras y no es capaz de transformarlas en hechos.

Un comentario que sigue a esta historia indica que el rey cedió, reconoció la capacidad de Sun Tzu y le nombró general; y que Sun Tzu ganó muchas batallas. En contraste, algunos historiadores juzgan que Sun Tzu fue simplemente un estratega civil y otros niegan su existencia, afirmando que se trataba en realidad de una persona distinta. La moraleja del cuento podría aplicarse al adiestramiento, la disciplina, la estructura de mando, la interpretación de papeles o quizá a las entrevistas de trabajo. El lector reflexivo será capaz de emplear su imaginación para determinar las lecciones aplicables.



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