LOS MAESTROS ZEN ENTRENABAN a
sus discípulos jóvenes en el arte de la expresión. Dos templos zen tenían, cada
uno un niño protegido. Todas las mañanas, al ir a buscar verduras los niños se
encontraban en el camino.
“¿A dónde vas?”, le pregunto uno al otro un día.
“Voy a donde vayas mis pies”. Contesto el otro.
Esta respuesta desconcertó al primero, que fue a pedir ayuda a su maestro. “Mañana por la mañana”, le dijo el
maestro, “cuando te encuentres a ese
jovencito, hazle la misma pregunta. Te dará la misma respuesta, y entonteces pregúntale: Supón que no
tienes pies, entonces ¿A dónde vas? Eso lo pondrá en su sitio”.
Los chicos de volvieron a encontrar la mañana siguiente.
“A dónde vas”?, pregunto el primer niño.
“Voy a donde sople el viento”, contesto el otro.
Esto dejo de nuevo perplejo al joven, que fue a contarle su derrota al
maestro.
“Pregúntale a donde va si no hay viento”. Sugirió el maestro.
Al día siguiente los niños se encontraron por tercera vez.
“¿A dónde vas”?, pregunto el primero.
“Voy al mercado a comprar verduras”, respondió el otro.
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