domingo, 22 de marzo de 2015

3 SOLUCIONES EMPRESARIALES PARA LA REPUTACIÓN DE LOS POLÍTICOS




¿Por qué nos molestan tanto los anuncios políticos?

Se han vuelto intolerables porque son exactamente eso, anuncios: los políticos están tratando de venderse de manera anticuada como ya ni los productos de consumo se venden.

¿Qué pueden hacer?

La respuesta está en hacer menos publicidad y más propaganda.

¿Cómo es eso? ¿Qué no es lo mismo?

¡No, no es lo mismo! Ése es el error fundamental de los políticos y sus respectivos publicistas. Por eso los ciudadanos buscamos una bolsita de avión cada vez que atacan nuestros sentidos con la obligada escena en el cine de la familia artificial hablando de secuestros; con el actor-taxista conmovido por la graduación de su hijo; con la voz actuada de un “campesino” que no está contento; con el político de siempre inventando un tercer partido al cual pertenecer. Su error es pensar que publicidad y propaganda son lo mismo.

He aquí la diferencia fundamental que trata la imagen pública como ciencia social, cito al Dr. Gordoa:

“FIN: La Publicidad busca vender un producto o servicio, la Propaganda ganar adeptos.

“MENSAJE: Mientras la Publicidad dice ‘Cómprame’, la Propaganda dice ‘Quiéreme’.”

¿Qué están haciendo los políticos para que los quieran? ¿Cómo están reflejando los spots el esfuerzo que implica su trabajo? ¿Cómo comunican eso desde varias perspectivas para que converja sin fisuras en un posicionamiento verosímil?

Curiosamente, las grandes marcas usan estrategias de propaganda y no sólo de publicidad. Y digo que es curioso porque los partidos políticos tienen mucho que aprender de las grandes marcas sobre este tema, y no porque sean adorables, impolutas y buenas: simplemente saben administrar los estímulos para provocar una respuesta colectiva unificada. Véase a Coca-Cola con la ‘felicidad’, McDonald’s con el ‘me encanta’, Dove con ‘mujeres comunes’ que salen del paradigma de belleza artificial… las empresas se acercan a la sociedad con comedores inmensos como los de Alsea, o como Nacional Monte de Piedad, que ni siquiera se considera una empresa… buscó ser una Institución de Asistencia Privada (IAP), y gracias a esa estrategia es líder en el negocio de los préstamos prendarios desde 1775 (innovaron tanto, que pocas empresas hoy comprenden ese modelo tan avanzado). Los esfuerzos para ganar adeptos son realizados inclusive por las criticadas televisoras que ayudan a incontables personas mediante sus fundaciones.

El punto es que las empresas, ante el odio de miles, saben reaccionar; algunas se vuelven auténticamente ‘socialmente responsables’, otras sólo lo intentan, pero el efecto es aceptable en general y produce una espiral virtuosa: empiezan por fingirlo y acaban por serlo de verdad al sentir las bondades (que incluyen rentabilidad y posicionamiento… ¿ya ven partidos?, copien el modelo… si deja ser social oriented).

Hoy por hoy existen necesidades sociales muy particulares que son cubiertas más por las empresas que por el gobierno, llámese atención a niños con cáncer o personas con discapacidad mental en estado de abandono, entre muchas otras. Si nos damos un chapuzón en la información disponible en internet, encontraremos que el dinero necesario para soslayar este tipo de carencias, no viene del gobierno, viene de la IP. Eso hace que una madre en condición precaria (por ejemplo, que esté dudando si debe abortar o no, por falta de recursos) prefiera una fundación financiada por empresarios como Vifac, a una institución pública que indirectamente representa a un partido. Perdónenme ustedes, pero hasta los narcotraficantes han sabido colarse en el amor de algunos pueblos. ¿Y los políticos? Los detestamos. Los criticamos. Y no dudo que haya buenos y capaces, sólo que no han sabido ganar adeptos. No han sabido hacer propaganda.

Revisemos un poco la historia de la propaganda. Podemos mencionar a personajes relevantes como Gustave Le Bon, quien creó teorías sobre la piscología de las masas; Walter Lippmann, padre del estudio de la Opinión Pública, y el más notorio: Edward Bernays. Él era sobrino de Sigmund Freud y, por ende, tenía conocimientos muy avanzados para su época relacionados con la psicología. Las marcas más importantes y los políticos más connotados acudían a él tanto para ganar adeptos como para generar animadversiones contra otros. Si alguien cree que El Príncipe de Maquiavelo ha influido fuertemente en la forma que vivimos actualmente, debería leer el libro Propaganda de Bernays, para darse cuenta del enorme alcance y trascendencia de estas ideas. Bernays describe de forma muy breve y acertada la compleja relación entre la psicología humana, la democracia y las corporaciones.

Sus técnicas ahora son la base para la creación de imagen pública de empresas y personas, así como de campañas políticas. Quien viva en una sociedad democrática y no conozca estas técnicas está inerme, carece de libertad aunque crea tenerla. ¡Y peor aún!: político que no las conozca, está en seria desventaja contra sus dos peores enemigos: la desidia y el hartazgo de sus votantes.



Soluciones a la crisis de reputación que tienen los partidos desde un punto de vista empresarial

Solución 1.

La más difícil… simplemente hacer política (auténtica). Los políticos tienen que empezar a hacer con más rigor aquello que es su oficio: P o l í t i c a.

¿Pero, qué es eso? ¿Cómo se ‘hace política’?

Sólo se necesitan dos cosas, y ambas son un arte y ciencia a la vez… Se necesita dominar:

El arte de servir a los demás
El arte de conciliar intereses.
Ambas disciplinas son dignas de estudio y se requiere talento y vocación, como en cualquier disciplina. Sin esas dos, ni el hombre más inteligente del mundo podrá lograr nada valioso para su pueblo.

Entonces, los políticos deben conciliar los intereses de las diferentes fuerzas para que ellos puedan servir a su país. Primero entre los “buenos” y luego entre todos los demás. Un pueblo es multicolor: hay blancos, verdes, grises, morados y negros. Las sociedades que caminan, que avanzan, comprenden que el bien común es lo que se busca. En esto estriba la conciliación de intereses, en buscar el bien de la mayoría involucrada. Una filosofía sencilla pero difícil de llevar a cabo, porque es la más inteligente.

Existe la parte compasiva y constructiva en la ecuación, misma que debemos reforzar; a la maléfica y destructiva debemos enfrentarla evolucionando, pero no negándola. Es como querer erradicar la prostitución; no se erradica, se controla. Y con controlar me refiero a controles como se conciben en la administración de empresas o en las sociedades de primer mundo (multicitadas) como Holanda, Suecia, Suiza y en un futuro próximo México (pensando que se hará realidad lo predicho por la teoría del bono demográfico; dice que seremos la quinta potencia mundial en algunos años). De la misma forma debemos actuar sobre la corrupción. Son bellísimos los discursos en contra de la impunidad y que nos merecemos algo mejor. Eso es cierto, pero no hay un camino milagroso hacia eso… no vendrá un mesías (ni Obrador ni Jesús), mejor aceptemos esa sombra y seamos como el rey Salomón en la tradición oral: pongamos a los demonios a construir el templo.

Los narcotraficantes están y no van a desparecer, los corruptos están y no van a desparecer por algún tiempo. Ellos son los demonios de Salomón y no van a dejar de serlo. Los políticos deben considerar a sus adversarios internos y externos, y también a sus aliados para erigir un Estado. Esa relación caótica debe llevarse a cabo, ésa es la extraña y delicada función de un político.

Pero de todo esto, en ese concilio lo más importante es que los políticos tienen que considerar al pueblo, a la gente de a pie. No existe hoy en día un acercamiento auténtico a sus intereses; han sido ignorados sistemáticamente. Se ha vuelto una relación cínica y eso, con el tiempo, se corrige como en la naturaleza: el agua rompe barreras artificiales y genera inundaciones que restablecen el equilibrio. Así, las revoluciones ideológicas, sociales, políticas o bélicas son como el agua, “como la gota constante que abre una grieta”. Recordemos la definición de Clausewitz: “La guerra es la continuación de la política por otros medios.” Amigos políticos, mejor evitémonos eso y hagamos auténtica política (digo, pa’ que los quieran).

Solución 2.

Una cabeza visible que sea congruente con la función esperada de servicio.

Consideremos el supuesto de que la iglesia sufre una crisis de reputación sostenida en el tiempo (pederastas, nexos con la mafia, ideas anacrónicas sobre sexualidad, sermones que no conectan con la actualidad, etcétera), ¿cómo puede sobrevivir en estos tiempos?

Bueno, evidentemente con una cabeza de cara dura y que sea reflejante de todas esas atrocidades, la iglesia no conservaría por mucho tiempo a sus adeptos (recordemos que la palabra “Propaganda” nace de la iglesia con su llamada Propaganda Fide, intención lanzada en 1622 para propagar el cristianismo, ellos son expertos en la materia).

La cara limpia de la cabeza es importante. Esa testa tiene que tener abajo en el pecho un corazón lo más cristalino posible. Y aquí uno esta idea con un concepto importante de imagen pública, un axioma que dice: “la imagen de la titularidad permea en la institución”. De ahí lo que se pretendió con Juan Pablo II… de ahí lo que se pretende con el papa Francisco… (Sí, ya sé que dijo de la mexicanización de Argentina por el narco y “nos ofendimos” profundamente… pero la idea es ésa). Un proceso largo, pero que al final está rindiendo algunos frutos de credibilidad, lentamente… pero al menos no se ha deteriorado aún más.

Si en esa conciliación de intereses, con el fin de buscar el servicio a los demás mediante el bien común, se logra, a pesar de la podredumbre, encontrar a una persona incólume y se le coloca a la cabeza, voila! La magia empieza a suceder: imaginemos una caricatura japonesa en la que el héroe adquiere un poder al ponerse una corona, o cuando la cápsula de mando se posa sobre el robot gigante (recuerdo a Mazinger Z, pero tú debes ser muy joven para recordarlo). El cuerpo empieza a actuar de forma distinta, la unidad social se ve influida por este personaje, por la cabeza.


¿Quieres un ejemplo vívido y político? Ahí está José Mujica. Imposible no quererlo: veamos esto para conocer cómo vive, y revisemos esto para ver cómo representa a su país en la ONU (tipazo).


No creas que Uruguay carece de corruptos, mafiosos, malos políticos y otra clase de “tepocatas, alimañas y víboras prietas”… por supuesto que los hay. Tampoco es que los mexicanos seamos una estirpe maldita y única; es que todos los pueblos son iguales. Observemos la historia de cualquier país de primer mundo, tan propios ellos, tan avanzados… (¡Bárbaros cuando en México ya había pirámides y astronomía avanzada!) Todos los países tienen una historia impresionantemente sangrienta y corrupta, cualquier pueblo. Uruguay del 73 al 85 sufrió una terrible dictadura a manos de Juan María Bordaberry.


Bordaberry disolvió el Parlamento al estilo Hitler, Mussolini, Pinochet, Franco, Gadaffi, Videla… y al estilo de cualquier dictador. La historia está ahí al alcance de todos. La convulsa historia de Uruguay es parecida a la nuestra en muchos sentidos, y aun así pudieron encontrar a una persona que era digna de su cargo. Inteligente y sorprendentemente los políticos, y no los ciudadanos, pusieron a Mujica al alcance de la elección popular.


Partidos políticos, les pregunto: ¿cómo es su cabeza visible? ¿Les es favorable? ¿Han visto el esfuerzo que hacen empresas para resaltar a sus CEO? ¿Qué opinan de Mark Zuckerberg de Facebook, Larry Page de Google, Jeff Bezos de Amazon, Howard Shultz de Starbucks, Richard Branson de Virgin? Todas estas empresas, y muchas más tienen una cabeza que puede no ser perfecta, pero se esfuerza por representar congruencia, servicio e interés por el público, por algo que llamamos stakeholders.


¿Cómo es la cabeza de la política en México? Pues así debe ser bajo las circunstancias que vivimos; casi claro… límpido. Un rey Salomón más que un mesías que los demonios mismos respeten para construir el templo llamado estado funcional, y al final hasta ellos se vean permeados (no premiados) con la bondad de esta cabeza con corazón.

Solución 3.

Todos somos políticos.

Amigo lector, te quiero compartir un secreto que fue compartido por el mismo Gustavo Baz (así es… el de la avenida) al papá de un buen amigo de apellido Flores, hace ya algunos años.

Gustavo Baz Prada fue un médico, político y revolucionario mexicano, que ocupó los cargos de gobernador del Estado de México, senador y secretario de Salubridad y Asistencia, entre otros. Fue, en opinión de muchos, un político sobresaliente y útil para su país. El secreto del éxito de Gustavo Baz se basaba en cuatro aspectos fundamentales, eran sus máximas para ser un buen político, aquí van:

Nunca hablar mal de nadie
Vivir dentro de la realidad
No confundir lo supuesto con lo averiguado
Ser oportuno

¿Ya las leíste bien? ¡Son científico-espirituales! (Caray, este señor debió ser masón como Juárez.) Se parecen a Los cuatro acuerdos del Dr. Ruiz mezclados con el método cartesiano.


¿Por qué habrían de ocuparnos? La explicación la tiene Jesús Manuel Cabrales Silva, a quien cito textualmente: “Nadie puede dar lo que no tiene. Hay una frase muy conocida: ‘el pueblo tiene el gobierno que se merece’. Personalmente no estoy de acuerdo con ella; creo que el pueblo tiene el gobierno que se le parece, y si queremos un gobierno (o políticos) honesto, capaz y de resultados, entonces empecemos a propagar la idea de que necesitamos un pueblo con las mismas características.”

¡A favor! El siguiente cliché no deja de ser una realidad: “Para un mejor México, empecemos mejorándonos nosotros mismos.”


Hagamos, todos, buena propaganda.



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