El genio creador, sobre todo, necesita temporalmente este aislamiento forzado para medir desde la profundidad de la desesperación, desde la lejanía del destierro, el horizonte y la altura de su verdadera misión. Los más altos mensajes de la Humanidad han venido del destierro; los creadores de las grandes religiones: Moisés, Mahoma, Buda, todos tuvieron que entrar en el silencio del desierto, en «el no estar entre los hombres», antes de poder pronunciar la palabra decisiva. La ceguera de Milton, la sordera de Beethoven, la cárcel de Dostoiewski, la prisión de Cervantes, el encierro de Lutero en la Wartburg, el destierro de Dante y la extirpación voluntaria de Nietzsche a las zonas heladas de la Engadina, fueron exigencias del propio genio, ordenadas secretamente contra la voluntad despierta del hombre mismo. Pero también en el terreno bajo y más firme de la política, una ausencia temporal da al hombre de Estado nueva lozanía en la mirada y mayor intensidad para pensar y calcular el juego de las fuerzas políticas. Nada más propicio para una carrera que su interrupción temporal, pues el que ve el mundo siempre desde arriba, desde la nube imperial, desde la altura de la torre de marfil del Poder, no conoce otra cosa que la sonrisa de los subordinados y su peligrosa complacencia; el que siempre sostiene en las manos la medida, olvida su verdadero valor. Nada debilita tanto al artista, al general, al hombre de Poder, como el éxito permanente a voluntad y deseo. En el fracaso es donde conoce el artista su verdadera relación con la obra: en la derrota, el general, sus faltas, y en la pérdida del favor, el hombre de Estado, la verdadera perspectiva política. La riqueza permanente debilita; el aplauso constante hace insensible; únicamente la interrupción procura al vario ritmo de la vida nueva tensión y elasticidad creadora, únicamente la desgraciada mirada profunda y extensa para la realidad del mundo. Enseñanza dura, pero enseñanza y aprendizaje es todo destierro: al débil le amasa de nuevo la voluntad, al indeciso le hace enérgico; al duro, mas duro aún. Nunca es el destierro para el verdadero fuerte una mengua: es siempre un tónico de su fuerza.
FOUCHE. EL GENIO TENEBROSO
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