jueves, 24 de julio de 2008

EL LIBRO INFIERNO



No me sorprendió que el infierno fuera una biblioteca. Ver convertido en palabras todo lo tocado es la más refinada versión del suplicio de Midas.
-La biblioteca es inmensa, como puedes ver -dijo el demonio-, pero no contiene todos los libros. Completarla será tu cometido.
-¿Y cómo se supone que voy a hacerlo?
--Ahí tienes una ventana que te permitirá asomarte a los principales archivos y bibliotecas del mundo -contestó señalando un viejo ordenador que había sobre un pupitre de madera, junto a una enorme pila de hojas en blanco.
-Menuda antigualla -comenté con desdén-. Ni siquiera tiene impresora.
-No la tenía -precisó el bibliotecario-, pero ahora ya la tiene.
-;Dónde está? -pregunté mirando a mi alrededor.
-¿Y tú me lo preguntas? La impresora... eres tú -contestó sacándose de la manga un tintero de cristal y una pluma de oca. Escupió en el tintero para llenarlo de negra tinta y me lo tendió con una sonrisa.
-No malgastes tu saliva, que yo no pienso malgastar mi tiempo en una tarea imposible -dije cruzándome de brazos.
-Me temo que no podrás salir de la biblioteca hasta que no la completes -me advirtió el demonio.
-Todas las semanas se publican miles de libros -protesté-. Por muy deprisa que copiara (y la caligrafía no es mi fuerte), cada vez estaría más lejos de la meta. La tarea que pretendes asignarme es irrealizable, y, puesto que nunca la acabaría, lo mismo me da no iniciarla siquiera.
-Estás dando por supuesto que la producción de libros nunca tendrá fin. Ni la de hombres.
-La humanidad podría ser eterna -argumenté, aunque sin convicción.
--Aun en el caso inverosímil de que así fuera, la producción de libros tendría un límite.
-¿Qué límite?
--Con aproximadamente un centenar de caracteres (letras, números, signos de puntuación, etcétera) se puede escribir cualquier texto. Eso significa que sólo se puede empezar un libro de cien formas distintas (en la práctica, muchas menos, pues ningún texto empieza, por ejemplo, con una coma). Cada uno de estos cien comienzos posibles puede, a su vez, continuarse de cien maneras, puesto que el segundo carácter puede ser cualquiera de los disponibles. Tenemos, pues, 100x100-10.000 posibles parejas de caracteres, cada una de las cuales puede a su vez continuar de cien maneras, y así sucesivamente. El número de combinaciones (variaciones con repetición, para hablar con propiedad) con n caracteres es, pues, 100x100x100... con el factor repetido n veces, o sea, 100". Considerando que los libros no suelen tener más de quinientas páginas de unos 2.000 caracteres, o sea, un millón de caracteres en total, el número de libros posibles, el tamaño de la Biblioteca Universal, es del orden de 100 elevado a la potencia 1.000.000, es decir, un uno seguido de dos millones de ceros. Un número grande, desde luego, pero no infinito -contestó el demonio.
-A su lado, el número de átomos del universo conocido es insignificante -comenté-. De una insignificancia tal que ni remotamente podemos concebirla.
-Cierto. Pero no te preocupes: aunque la humanidad fuera eterna, la inmensa mayoría de los libros teóricamente posibles nunca serían escritos, por absurdos, reiterativos o banales. Y, además, ya tienes uno hecho antes de empezar.
-¿Ah, sí? ¿Cuál?
-El libro en blanco. Uno de los caracteres (o el no-carácter, si lo prefieres, pero tan importante como los demás, el cero de la escritura) es el espacio. Y una posibilidad de la Biblioteca Universal es el libro con un millón de espacios, o sea, el álbum, el libro (en) blanco. Y para hacerlo no tienes que escribir ni una línea -dijo el demonio con un guiño de complicidad.
-Es un alivio.
-No te entretengo más. Tienes mucho trabajo -concluyó el bibliotecario, y desapareció por implosión.
Al cabo de un rato lo llamé, e inmediatamente reapareció a mi lado con un sordo estallido.
-¿Todavía no has iniciado tu tarea? -comentó al ver intacta la enorme pila de hojas en blanco.
-Por el contrario, ya la he terminado.
--Ni siquiera has tocado el papel... Rectifico: faltan tres hojas -dijo tras echar una segunda ojeada a la pila.
-Las he necesitado para redactar mi salvoconducto.
-¿Ah, sí? ¿Y en qué términos?
--En los que tú mismo me has sugerido al plantear una Biblioteca Universal de tomos de quinientas páginas. Aunque son minoría, hay muchos libros de mayor extensión, que, evidentemente, estarían divididos en dos o más tomos. Luego tu modelo de Biblioteca Universal admite la posibilidad de dividir una obra en varios tomos.
-Por supuesto.
-Ahora bien, ¿por qué tomos de quinientas páginas? Serían muy voluminosos y poco manejables, sobre todo con esas gruesas hojas de excelente pergamino que me has suministrado.
-¿Qué propones, pues?
-Al principio pensé en tomos de cien páginas...
-Pero eso obligaría a dividir casi todas las obras en varios tomos -objetó el bibliotecario--. La mayoría de los libros tienen más de cien páginas.
-Desde luego. Pero si es lícito dividir en varios tomos algunos libros, también lo es dividirlos casi todos. O todos.
-Todos no. Por suerte para los sufridos lectores, hay muchos de menos de cien páginas.
-Sí, claro. Pero no de menos de una página. Y he pensado que una biblioteca que contuviera todas las páginas posibles merecería, con pleno derecho, el título de Biblioteca Universal. De modo que si confecciono todas las páginas posibles, habré cumplido la tarea que me has impuesto.
-Cierto -admitió el demonio--. Has simplificado notablemente tu trabajo, pero de todas maneras no te envidio. El número de páginas diferentes que pueden realizarse con un centenar de caracteres es del orden de 100 a la potencia 2.000. O sea, un uno seguido de cuatro mil ceros.
-Estás pensando en páginas de 2.000 pulsaciones. Pero no tengo por qué ceñirme a ese formato -señalé.
-¿En qué tipo de páginas estás pensando tú? -preguntó el demonio con suspicacia.
--En éstas -contesté tendiéndole un mazo de pequeños rectángulos de pergamino. En el anverso de cada rectángulo había una letra, y en el reverso, un número romano.
-¿Qué es esto, una baraja?
--Una Biblioteca Universal. He decidido llevar la tomización al límite de la atomización, de modo que, como puedes ver, cada tomo de nuestra inagotable biblioteca es una letra. El tomo I es la letra A, el tomo II la B y así sucesivamente. También hay un tomo para la coma, otro para el punto y otros tantos para los demás signos de puntuación. Ah, y también hay un tomo en blanco que corresponde al espacio, el imprescindible cero de la escritura, como bien has dicho antes. Ahora sólo falta ordenar los tomos cada vez que se lea un libro, pero eso ya no es tarea mía. Por ejemplo, para leer el Epodo II de Horacio, que como sabes empieza diciendo: «Beatus Ille qui procul negotiis...», hay que empezar leyendo el tomo II, que corresponde a la letra B; luego el V, que es la E; luego el I, que es la A...
-Ese truco -gruñó el demonio- lo has sacado de La magia más poderosa, un libro infantil...
-Sí no sois como niños, no entraréis en el reino de los cielos -dije mientras la biblioteca se abría como un libro.

CARLO FRABETTI

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