Mientras Leonardo seguía a Cesar Borgia, fue construyendo palacios, iglesias, bibliotecas y escuelas en las ciudades que se iban conquistando. En la fortaleza de Castel Bologuese edificó un gran cuartel. Se encargo de que el puerto de Cesenatico volviera a ser operativo. También fabrico nuevas maquinas de guerra: mejoró las lombardas, invento los explosivos múltiples y alargo las lanzas de la infantería para que tuvieran mayor longitud que las utilizadas por los suizos.
Durante uno de esos cortos periodos de tregua, se desconoce en qué lugar, Leonardo conoció a Nicolás Maquiavelo. Un joven de fácil palabra que había llegado al campamento militar como representante de la Republica de Florencia. Por primera vez el genio de Vinci no supo definir a un hombre en el momento de empezar a tratarle. Comprendió que se hallaba ante una persona que deseaba agradar aunque nunca bajaba la guardia. Prefería escuchar a hablar, y con su media sonrisa transmitía un cinismo que, al momento, encontraba la manera de ocultar.
A las pocas semanas, adivinó que era un espía o algo similar. Cosa que no quiso descubrir, porque hubiera sido traicionar a aun paisano, pues los dos habían nacido en la Alta Toscana. Curiosa amistad la que establecieron, labrada con vivas discusiones que, al final, cerraban con un abrazo. Todo por ese concepto de Maquiavelo de que “El hombre es el ser de la creación más vulnerable por la cantidad de defectos que le aquejan; cualquier gobernante que pudiera gobernar esos defectos del pueblo, podría convertirlos en corderos que comerían en su mano”.
La muestra de hipocresía terminaba por enfurecer a Leonardo, brotaba la discusión verbal y, cuando este se daba cuenta que su interlocutor no había dicho ninguna mentira, surgía la reconciliación. En realidad el joven pretendía servirse de los elementos más bajos del hombre, a la vez que le alertaba de lo fácil que resultaba manipularlo.
FUENTE: THE LOST NOTEBOOKS OF LEONARDO DA VINCI.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario